las víctimas

Los inmigrantes rumanos que viven en tiendas o chabolas expresan su angustia y su miedo a ser expulsados

"Italia es el peor país de Europa", dice un mediador cultural

IRENE SAVIO
ROMA

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Hace tres noches que Petre no duerme. No tiene trabajo, ni una chabola. Es un rumano de etnia gitana que llegó a Italia hace tres años. Petre, su mujer, Viorika, y sus tres hijos, de 14, 3 y 1 año, solo poseen una tienda de campaña en el barrio de la Magliana, en el oeste de Roma, a 15 minutos del centro.

Para llegar a suhogarhay que recorrer un estrecho túnel entre nutridas cañas y esquivar los excrementos que en el suelo embarrado atraen a nubes de insectos. En este submundo abandonado, a 200 metros del río Tíber y de la autopista que lleva al aeropuerto internacional de Fiumicino, Petre vive con otros 30 adultos y dos docenas de niños de su misma nacionalidad.

"Con estas leyes fascistas, nos quieren echar a todos. Y por eso no duermo",asegura refiriéndose a los desalojos efectuados en Milán, Roma y Nápoles."¿Quiso decir racistas?",le pregunta esta reportera."No, no. Fascistas, los de Mussolini",replica el rumano.

Testigos de Jehová

"Somos testigos de Jehová. No podemos pedir limosna",asegura Naeraona, una joven de 29 años que llegó a Italia hace tres semanas con su marido y sus cuatro hijos. Naeraona es una mujer enérgica, que envuelve su cuerpo en algunos trapos viejos multicolores."Yo trabajaba como obrero en Rumanía y ganaba 50 euros al mes. Era imposible vivir así",la interrumpe el esposo, Naedumetru.

"Siéntese, por favor. ¡Nosotros no somos peligrosos! Si así fuese, usted no estaría aquí. Pero sí, no todos somos iguales. Eso no lo negamos",dice el hombre colocando un almohadón encima de una caja de cartón para acomodar a los recién llegados huéspedes. Son las siete de la tarde, pero ninguno de los vecinos cocina aún la cena."Comemos una vez al día- ¡si tenemos suerte!",explica un joven en un español mal hablado."Sí, sí, yo hablo castellano. Viví dos años en Valencia y luego vine aquí",asegura sin querer identificarse.

A 500 metros de allí, en uno de los pocos campamentos autorizados de Roma, el de Vía Candoni, 400 rumanos y bosnios observan a los transeúntes. Ioan, de 36 años, tiene los papeles en regla y un trabajo como mediador cultural. En Vía Candoni todos lo ven como el líder, una especie de jefe del clan."Pero he estado pensando en marcharme. Italia es el peor país de Europa",suelta explicando que llegó hace 12 años, que dos de sus cuatro hijos están terminando el colegio y los otros trabajan."¿Es mejor en España?",pregunta Ioan mientras juega al ajedrez.

Detenciones

"Ayer por la mañana vino la policía, revisó a todos los vecinos del campo y detuvo a siete. A las tres de la tarde, estaban de vuelta. Ves en la cara de los agentes que las cosas han cambiado",explica Christian, voluntario del ARCI, una asociación de promoción social que desde 1957 asiste a los más necesitados. Aquí, sin embargo, los vecinos saben que viven en un enclave feliz."Son las nuevas generaciones las que nos crean problemas",confiesa Ioan, quien explica que él organiza cada semana reuniones para que los habitantes limpien el sitio de basuras.

En Roma, según datos no oficiales, hay más de 6.000 personas que viven en chabolas, y el 20% de ellos son niños. Muchos de los habitantes de los campos de barracas son obreros de la construcción y artesanos. Las mujeres, si trabajan, lo hacen de limpiadoras. Otros, como los de Vía Candoni, contribuyen a ese 7% del Producto Interior Bruto que aportan los inmigrantes, según Caritas.