crónica desde londres // BEGOÑA Arce

El fin de la revolución culinaria de Conran

BEGOÑA Arce

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Quizá ahora sorprenda, pero hubo un tiempo en el que era imposible conseguir un café expreso en Londres. Una época en la que apenas había en la ciudad una decena de restaurantes pasables y la gastronomía estaba asociada a locales rancios, camareros de librea, menús arcaicos y precios prohibitivos. A principios de los 50, un jovencísimo diseñador y empresario, Terence Conran, compró en Turín una cafetera Gaggia de segunda mano, capaz de hacer capuchinos y cortados decentes. A partir de ahí nada fue igual.

Aquel chico de simpatías izquierdistas, salido de la clase media, había trabajado de pinche en París y volvió dispuesto a revolucionar los hábitos culinarios y el mobiliario de los británicos. Una nueva generación descubrió en sus tiendas de Habitat y Heals lámparas, sofás, camas y vajillas asequibles, útiles y elegantes. Una belleza cosmopolita y moderna, criterios con los que transformó la restauración en la capital.

Conran y sus restaurantes afrancesados y bulliciosos, como el Orrey, el Quaglinos y The Blue Bird, marcaron una era que ahora toca a su fin. El banco de inversiones estadounidense Goldman Sachs ha recibido la orden de buscar comprador para todos los establecimientos del grupo. El paquete incluye joyas de la geografía londinense como el Bibbendum, esabrasserietan parisina, instalada en un edificioart nouveaucon formas geométricas, vidrieras de colores y ladrillos blancos y rojos, que fue la sede de la casa de neumáticos Michelin. En 1985, Conran lo transformó en un bar relajado y luminoso donde losyuppies, que especulaban en la City a la sombra de Margaret Thatcher, se entregaron al placer de las ostras con champán. Un lujo informal, cosmopolita, hedonista, para quienes probaban por primera vez delicias mediterráneas como los tomates secos en aceite de oliva, la polenta o el vinagre de Módena.

La reputación gastronómica de la cocina Conran nunca ha sido encomiable. Algún chef con muchas estrellas y la lengua larga, como Gordon Ramsay, declaró en una ocasión que, antes de probar uno de sus platos, prefería comer en la guardería de su hija. Las ratas descubiertas en la cocina de Quaglinos, junto a Picadilly, recibieron también gran publicidad. Pero algunos miembros jóvenes de la Casa Real, como el príncipe Guillermo y su novia, no hacen ascos a la pasta al dente o las hamburguesas del Bluebird en Chelsea.

Fue también un restaurante de Conran, el bellísimo Le Pont de la Tour, con una vista inmejorable del Támesis, el elegido por Tony y Cherie Blair para una cena íntima con Bill y Hillary Clinton la noche en que quisieron mostrar al entonces presidente estadounidense y su esposa una de las mejores vistas de Londres. Incluso la intelectualidad de Islington, con el nobel Harold Pinter como distinguido cliente, ha encontrado refugio en el Almeida, otrabrasseriesituada frente al prestigioso teatro del mismo nombre. Conran fue un pionero, captó las necesidades y aspiraciones de una nueva clientela. Muchos le han imitado después. Hoy, a los 76 años, con la crisis económica asomándose, el emperador de la moderna restauración londinense sale de escena.