El enemigo interior

JOAN CAÑETE BAYLE / WASHINGTON

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La disidencia juvenil y sus supuestas conexiones extranjeras, los movimientos contra la guerra de Vietnam y los periodistas incómodos fueron los principales objetivos de la vigilancia de la CIA en el interior de EEUU en los años 60 y 70. El espionaje interno protagoniza la segunda entrega de la serie que EL PERIÓDICO dedica al informe que recoge actividades ilegales de la agencia.

A todas las cosas malas que se han dicho de la CIA durante años, hay que añadirle una más: su pésimo gusto o una escasa cultura musical. Solo así se entiende que John Lennon sea identificado, simplemente, como un "sujeto británico" en un documento desclasificado. Vale que Lennon fuera un pacifista, vale que fuera de izquierdas, vale que Nixon quisiera prohibirle la entrada al país, pero referirse al beatle con tan aséptico desdén indica que la CIA no entendió ni media nota de Strawberry fields forever.

Y es que Lennon --como Jane Fonda, cuyo nombre aparece en los documentos como una activista que había que vigilar--, era una de las caras visibles del enemigo interior de la CIA y, por extensión, de EEUU en los años 60 y 70: estudiantes, pacifistas, comunistas, líderes del movimiento en favor de los derechos de los negros, periodistas con fuentes demasiado buenas, filtradores de información... A ellos dedicó la CIA sus programas de espionaje interior.

A finales de 1968, Walt Rostow, entonces asesor especial del presidente Lyndon B. Johnson, estaba preocupado por las revueltas en las universidades. Rostow quería saber si "la disidencia juvenil estaba interconectada; engendrada por las mismas causas; financiada y manipulada por fuerzas o influencias hostiles a los intereses de EEUU y sus aliados". El fruto de la petición fue un informe, Jóvenes impacientes, en cuya redacción la CIA admite que vulneró la ley. Poco antes, en 1967, la Casa Blanca había encargado otro informe sobre "las conexiones extranjeras de organizaciones y activistas de EEUU implicados en el movimiento antiguerra".

Escuchas y correo

De estas peticiones surgieron programas como MCCHAOS (la investigación del apoyo foráneo a la disidencia local), SRPOINTR y HTLINGUAL (abrir el correo procedente de la URSS, China y Latinoamérica dirigido a ciudadanos estadounidenses). El rango de actividades ilegales de la CIA para satisfacer a una Casa Blanca temerosa de una revuelta popular fue muy amplio: escuchas telefónicas, vigilancias personales, violación del correo, infiltraciones, allanamientos de morada, registros...

La CIA se tomó tan a pecho su trabajo que algunos de sus agentes infiltrados en el movimiento pacifista entre 1967 y 1971 participaron en las famosas, y violentas, manifestaciones antiguerra en Washington. A Lennon, entre otras cosas, se le investigaron sus donaciones a grupos pacifistas y si con ese dinero se iba a sabotear la convención republicana de 1972. Stokely Carmichael, líder de las Panteras Negras, fue seguido en sus viajes. La agencia redactó un informe titulado Radicalismo negro en el Caribe, que investigaba los lazos entre el nacionalismo negro en la zona y el Black Power. Flagrantemente ilegal fue que la CIA entrenó y equipó con material antidisturbios, de comunicación y de espionaje a la policía de Washington para lidiar con las manifestaciones contra la guerra.

También era ilegal la operación Mockingbird, que puede traducirse como operación Sinsonte. El sinsonte es un pájaro parecido al zorzal que usa el pico para buscar comida entre el follaje. Con este evocativo nombre se bautizó algo más mundano. "El proyecto Mockingbird, una actividad de intercepción telefónica, se realizó entre el 12 de marzo y el 15 de junio de 1963 y tenía como objetivo a dos periodistas de Washington que habían publicado artículos basados, y con citas, en material clasificado de esta agencia y de otras".

Control de la prensa

Los micrófonos dieron extraordinarios frutos: la CIA averiguó que 13 periodistas, 12 senadores, 6 representantes, 21 trabajadores del Congreso y 16 empleados del Gobierno (entre ellos un funcionario de la Casa Blanca) nutrían de información a los reporteros. El fiscal general, Bobby Kennedy, y el secretario de Estado, Robert McNamara, supervisaron la operación.

Y es que para el gran vigilante, al final, todo el mundo es sospechoso. Los documentos detallan casos de pruebas del polígrafo a trabajadores de la CIA y de otras agencias para buscar a los responsables de filtraciones a la prensa, vigilancia personificada de empleados y periodistas y hasta registros con rayos X de despachos oficiales.

Y luego están esos pequeños detalles. Cuando el caso Watergate hizo que la CIA exigiera a sus agentes informar de cualquier actividad ilegal, el vicedirector de Servicios y Gestión redactó un informe en el que se detalla cómo "empleados a sueldo de la CIA" trabajaban en las oficinas de la Casa Blanca, del Consejo de Seguridad Nacional, en otras agencias y hasta en el Congreso "por motivos presupuestarios". "La mayoría de los casos son bastante defendibles", dice el informe tras detallar algunos de los trabajos: "oficinistas, telefonistas y un grafista que diseña las invitaciones para las cenas de Estado". Y ¿quién recogía cada jueves 30 bolsas de basura del Consejo de Seguridad Nacional con documentos de la Situation room de la Casa Blanca? Pues sí, el gran vigilante.