La 'reina madre' del burdel

TONI CANO / MÈXIC

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Hace medio siglo, México era jauja. Con música y parranda por doquier, las cantinas y pulquerías crecían como hongos para alegría del pueblo, mientras los cantantes y los artistas medraban en los burdeles de lujo, allí donde, con abundancia de libaciones, porros y esnifadas, los empresarios apalabraban sus negocios y los políticos, militares y periodistas urdían las intrigas de la política, siempre bajo los auspicios del todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Y a lo largo de 30 años, la reina madre de ese ambiente fue Graciela Olmos, La Bandida, la dueña de la mejor casa de citas y una mujer que poco antes de morir avisó a los periodistas: "Cabrones, a mí no me vayan a poner como heroína porque yo fui solo cocaína".

Su amiga Estrella Newman, una artista polifacética y exponente de esa casta de mexicanas de carácter bravío, revela ahora en la biografía autorizada La casa de La Bandida los pormenores de la azarosa vida de Olmos, que fue soldadera del ejército revolucionario de Pancho Villa, compositora de rancheras y boleros, joven viuda, traficante de whisky en EEUU y gran empresaria del lenocinio. Al decir del diario La Jornada, el libro, a punto de publicarse, es "el relato de una existencia que rebasa toda ficción".

Sombreros olvidados

Varios potentados, entre ellos el mayor dirigente del PRI, Fidel Velázquez, líder del sindicalismo charro, dejaron de usar sombrero porque se lo olvidaban en casa de La Bandida, que el propio Velázquez ayudó a abrir. "Lo de casa es un decir", comenta Estrella Newman. "Estamos hablando de una residencia amplísima, reluciente de limpia, con funcional distribución, amplio comedor central, elegante bar, finas cortinas, siete cocineras, cien hermosas mujeres de planta, cien camareros, sesenta guitarras, legiones de músicos y cantantes...".

Graciela Olmos tenía entonces amigos como el compositor Agustín Lara, el poeta Pablo Neruda y el muralista Diego Rivera. En su salón actuaron otros grandes cantautores, como José Alfredo Jiménez, Álvaro Carrillo y Cuco Sánchez. También "intérpretes de lujo", dice Estrella Newman al citar, entre otros, a Miguel Aceves Mejía y Benny Moré, "a quien le encantaba ir a beber y cantarle a las muchachas", y "tríos espléndidos" como Los Panchos, Los Tres Ases y Los Diamantes. Varios de ellos saltaron a la fama, recuerda Estrella, "por su talento y, a veces, por las medidas radicales de la Olmos".

Graciela se pavoneaba entre las mesas interesada por el bienestar y el retozar de la clientela, según recuerdan varios clientes del lupanar. Su autoridad asomaba en sus canas mal teñidas e igual que daba unos billetes a los desafortunados en el juego, ella era la única capaz de desarmar a algún militar pasado de copas que sacaba la pistola para obligar a otros a que probaran la mariguana que guardaba ya liada en cajas de latón.

Un final en la ruina

Graciela Olmos murió en 1962. Arruinada, como vuelta a sus orígenes. Hija del capataz de una hacienda de Casas Grandes, en Chihuahua, Graciela nació en 1895 para ser casi una esclava del patrón y sus hijas. Los revolucionarios que asaltaron el rancho mataron a sus padres pero, "por azares de la vida", como dice Estrella Newman, uno de los primeros compañeros de Pancho Villa, un tal José Her- nández, antiguo maestro apodado El Bandido, la sacó de un internado cuando cumplió 18 años y se casó con ella.

Lo siguió en la revolución inciada en 1910 junto a otras célebres soldaderas, como la mítica Adelita, para convertirse en una de sus cronistas como compositora de corridos. El más famoso, Siete Leguas, "el caballo que Villa más estimaba".

El general Hernández murió en batalla y, viuda a los 20 años, Graciela se lanzó al juego y a los negocios oscuros. Al enterarse del asesinato de Pancho Villa, en 1923, cruzó a EEUU y se dedicó a vender en Chicago whisky producido en Ciudad Juárez.

Allí se codeó con el mafioso Al Capone, a quien en una fiesta le cantó Cielito lindo, La cucaracha y La Adelita. Pero, a los pocos años, se fugó con dinero de la mafia y, "tras malas inversiones y peores partidas de póquer", abrió en 1933 su primer burdel, Las Mexicanitas. Después, Graciela Olmos renunció al amor y el placer y fue, para siempre, La Bandida.