El derbi republicano

JOAN CAÑETE BAYLE / ENVIAT ESPECIAL / MANCHESTER

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"¡Rudy, Rudy!". En primera fila, a pie del estrado, la pequeña Margaret saltaba. Sostenía un cartel de Rudy Giuliani, el exalcalde de Nueva York y aspirante a ser el candidato republicano a la presidencia de EEUU, y no cejó en su empeño de llamar su atención hasta que logró el autógrafo. Nadie en el salón de banquetes Wayfarer Inn de Bedford (Nuevo Hampshire) se fue a casa sin un autógrafo, una foto o una carantoña de Rudy. Es lo que tiene la política en EEUU: para presidir ese país-continente hay que trabajarse localmente los votos.

La universidad Saint Anselm de Nuevo Hampshire acogió el martes el debate de los diez presidenciables republicanos. Como si de un derbi deportivo se tratara, en varios bares de la ciudad los simpatizantes de los candidatos se reunieron para seguir por televisión las dos horas de esgrima política. Más de un centenar de fieles del senador por Arizona John McCain, por ejemplo, se citaron en el Jillians de Manchester, un bar perfecto --con su docena de televisores-- para seguir las series mundiales de béisbol, la inminente final de la NBA y un debate político cuando aún faltan seis meses para que empiecen las primarias y más de año y medio para las elecciones presidenciales.

Globos y un pastel

"McCain es el único que habla claro", opinaba en el Jillians John, de 55 años. La organización era impecable: un sofisticado sistema de sonido, camareras sirviendo bebidas, un bufet de pizzas, globos con los colores de la bandera y un pastel con el nombre de McCain escrito con chocolate. A sus seguidores, más jóvenes que su candidato, les gustan el vino blanco y la cerveza, las chapas del presidenciable y las camisetas estampadas con su nombre. Y adoran la pizza.

Seguir el debate allí fue como ver un partido del Mundial de fútbol: juego especulativo y, de vez en cuando, un coletazo de ingenio que levanta a la gente de sus asientos. Para los mccainitas ese momento llegó cuando su hombre dijo: "La senadora Clinton no entiende que ni los presidentes ni los partidos políticos pierden guerras. Son las naciones las que pierden guerras, y por eso debemos triunfar en Irak". Ovación, manos que chocan. Home run de McCain. Menos entusiasmo entre los suyos suscitó su postura sobre inmigración (aboga por legalizar a los 12 millones de sin papeles). Y no es de extrañar, porque después de ver un debate republicano uno tiene la sensación de que un comando formado por Bin Laden, un puñado de sin papeles hispanos, Sadam Husein (da igual que fuera ahorcado) y Darwin van a volar cualquier 11 de septiembre de estos el país entero. Y lo harán hablando en español.

Película de miedo

El rey en este sentido es Giuliani. En el Wayfarer Inn los asistentes se mostraron muy excitados y vitorearon al exalcalde del 11-S cuando se pasó por allí tras el debate. Pero el discurso de Giuliani parece una película de miedo: nadie se toma en serio la amenaza terrorista como él, todos los políticos menos él quieren quitarte tu dinero con impuestos, la ley de inmigración es una amnistía, no podemos tolerar que Irán tenga la bomba nuclear... Si el mundo descrito por los republicanos es un lugar oscuro, lleno de amenazas e incertidumbres, el de Giuliani --maquilladísimo, con un aire del señor Burns de Los Simpson cuando se frota las manos ante el micrófono-- se resume en unas siglas: 11-S.

Pero nada de eso importó a Margaret ni a las 150 personas reunidas en el Wayfarer Inn para seguir el debate y ver en persona a Giuliani. Iban mejor vestidos y eran menos vehementes que los fans de McCain, la comida era más exquisi- ta --quesos y fiambres; no hubo pizza-- y el ambiente, en general, era más chic. Arizona y Nueva York. Dos américas muy distintas y un mismo objetivo: la Casa Blanca.