Telaraña de cables en la ciudad milenaria

Jordi Juste

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El nuevo primer ministro, Shinzo Abe, llegó al cargo hace tres semanas con un programa titulado Hacia un país bello, es decir, que valora "la cultura, la tradición, la historia y la naturaleza". Es un objetivo encomiable y una tarea ardua para un Japón que ha subordinado demasiado su belleza al crecimiento económico.

Una medida deseable sería acelerar los planes de la Administración para enterrar los omnipresentes cables, una de las visiones que más sorprende a los extranjeros cuando llegan a Japón. No importa si entran por Tokio, Osaka o Nagoya. Cuando salen del aeropuerto empiezan a ver cables y más cables, sostenidos por aparatosos postes de hormigón. Muchos sienten una primera decepción ante esa electrificante visión, pero piensan que tal vez es solo la cara fea del Japón moderno y mantienen la esperanza de llegar a Kioto y encontrar una bella ciudad, libre de las servidumbres del progreso.

Cuando avanzan por el caos urbanístico de la megalópolis de 610 kilómetros cuadrados, que habitan unos 60 millones de personas entre las regiones de Kanto y Kansai, sueñan con llegar a la milenaria Kioto (Kyo), la antigua capital, la ciudad de los mil templos budistas y santuarios sintoístas.

Todas esas maravillas existen, pero hay que buscarlas detrás de edificios modernos y anodinos, y las omnipresentes líneas eléctricas que cruzan por todas partes. En no pocas vías urbanas la cantidad de tendido es tan grande que uno tiene la sensación de encontrarse debajo de una telaraña de alto voltaje, que en cualquier momento le puede atrapar. Muchísimas veces, las torres de hormigón se han instalado delante de la entrada de un edificio antiquísimo o un santuario sintoísta.

A los habitantes de Kioto, orgullosos de su historia y celosos de su belleza, no les parece importar demasiado. "Shikataganai" (qué le vamos a hacer), dicen resignados, como buenos japoneses. Lo cierto es que muchos confiesan que ya no ven ni cables ni postes y alguno llega a decir que si no los hubiera le daría la sensación de estar en el campo, lejos de ese progreso tecnológico que hoy los identifica como pueblo.

Kioto atesora progreso y tradición. Tiene edificios preciosos y escenarios naturales que dejan sin aliento. Cerezos en flor en primavera y arces enrojecidos en otoño. Kioto es también sede de prestigiosas universidades, de empresas de tecnología punta como Kyocera, Omron o Shimadzu, de gigantes financieros como Aiful y de factorías como la de Mitsubishi Motors.

El turismo es importante para la economía de la ciudad, pero es mayoritariamente nacional y los japoneses parecen haber desarrollado una prodigiosa habilidad para especializar la mirada en las cosas bellas y desdeñar lo zafio. Además, dicen que tener los cables al aire es más barato y facilita su reparación en caso de terremotos o tifones.

Por el momento, hasta ver en qué quedan las buenas intenciones de Shinzo Abe, habrá que aconsejar a los viajeros que llegan de fuera que, si quieren tener fotos de Kioto sin cables ni postes de hormigón, se instalen un buen programa para retocarlas en el ordenador.