Ni escupir ni en pijama

ADRIÁN FONCILLAS / PEQUÍN

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Al Gobierno chino le entra el miedo antes de cada una de las tres semanas festivas del año: miles de asilvestrados turistas arruinando la imagen de nueva potencia mundial. Se repiten las campañas para que los viajeros cuiden los modales durante sus viajes al exterior. Acabada la semana, llegan los lamentos de los países receptores, lo que no habla muy bien de su éxito.

Hasta tres órganos (la Oficina de Civilización, el Comité de Conducta de Civilización Espiritual y la Administración Nacional de Turismo) puso el Gobierno a trabajar en la última guía de buenos modales para turistas. La lista de hábitos perseguidos no difiere de las anteriores: escupir, despreciar las colas, tirar basura o usar el pijama en la vía pública. Caben tanto normas elementales como los corsés occidentales contra la jovial, caótica y sana espontaneidad china. El informe concluye que todos esos comportamientos han dañado la imagen de país civilizado y han generado publicidad negativa.

Lo público y lo privado

China abrió hace dos décadas sus ventanas al mundo y más de 31 millones de turistas viajaron al extranjero el año pasado; serán 100 millones en el 2020. El crecimiento es parecido en el sentido inverso. Ya hay consecuencias de ello: en las taquillas del metro pequinés hay colas donde había turbas. Pero el ritmo es demasiado lento, con el gran escaparate de los Juegos Olímpicos en el 2008. Tanto los pequineses como los turistas chinos tendrán que olvidar rápidamente muchas de sus prácticas cotidianas.

Es habitual ver a gente con pijamas cenando en la calle, de compras en el supermercado o en bicicleta por la plaza de Tiananmen. En los barrios tradicionales hay baños comunitarios, lo que difumina la frontera entre espacio público y privado y relaja las formalidades. También es normal ver a los hombres en verano con camisetas anudadas muy por encima del ombligo que descubren la existencia de barrigas capitalistas.

La guía prohíbe hablar a gritos, descalzarse en los transportes públicos y limpiarse los zapatos con toallas y sábanas en los hoteles, e invita a respetar las costumbres religiosas ajenas y las señales de tráfico y papeleras, que en China son ignoradas.

También se informa a los chinos de que al extranjero le repugnan los eructos, comer con la boca abierta y sorber los fideos. No hay limitación decibélica durante la comida en China, pero se mira mal al que toca los alimentos con los dedos, así como a quien extrae con discreción un pequeño hueso de la boca en vez de escupirlo ruidosamente en el plato.

Al chino se le conoce en Asia como el nuevo turista americano, por prepotente e ignorante de las culturas ajenas. En los destinos más relucientes se les necesita tanto como se les desprecia. En la cosmopolita y hasta hace poco muy británica Hong Kong miran a sus compatriotas como nuevos ricos embrutecidos. Los hoteleros de Singapur se quejan de que escupen en el suelo de las habitaciones y fuman en la cama, mientras que ellos han de limpiar las alfombras con detergente y tirar las sábanas tras sus visitas. Sus aerolíneas los critican por sus gritos y carreras al entrar y salir del avión. En Europa y Estados Unidos se ven ya letreros en chino que prohíben escupir, fumar, tirar basura y obligan a respetar la cola y a tirar de la cadena en los baños.

China lo ha intentado casi todo. Los medios de comunicación hacen públicas declaraciones de turistas que, con un pie en el avión, prometen que han asimilado los consejos y representarán dignamente a su país. Las agencias de viajes chinas son responsables desde agosto de las quejas sobre sus turistas, y son castigadas si reinciden. También deben recordarles que no pueden llevar a Europa productos falsificados para evitar confiscaciones y perjudicar la imagen del país. La legislación francesa prevé penas de cárcel a partir de 10 piezas.

Cerco al salivazo

El peor hábito es el genuino escupitajo chino que culmina una secuencia de sonidos guturales. En el 2003, durante la epidemia del Síndrome Respiratorio Grave y Agudo (SARS), hubo multas al escupidor por razones sanitarias. La estética las ha devuelto. Se sabe que son eficaces: en Hong Kong acabaron los escupitajos con sanciones de 150 euros. Desde enero circula en Pe-

kín un vehículo que filma a los infractores, les multa con 50 yuanes (5 euros) y hace limpiar el salivazo.

"¿Qué quieres que haga? ¿Tragármelo?",responde con sincera sorpresa un anciano. La medicina tradicional china aconseja alejar del cuerpo con brío las partículas malignas. Pero cada vez hay más chinos, sobre todo jóvenes, repugnados por los escupitajos. Y a todos ellos les repugna más ese hábito occidental y objetivamente asqueroso de guardar en el bolsillo los mocos pegados al pañuelo.