El coronavirus no se ve, ni se huele, ni se toca, al menos a sabiendas, pero todo se ha preparado como si el elefante estuviese a punto de entrar en la cacharrería. Son las nueve de la mañana en un colegio electoral de la capital de Estados Unidos. Pegatinas rojas en el suelo obligan a los votantes a mantener una distancia de seis pies (180 cm) en la cola de la entrada. Un dispensador de gel desinfectante espera en la puerta, así como mascarillas y guantes para todos aquellos que no los hayan traído de casa. Y mamparas de metacrilato separan las mesas como escudos transparentes de los votantes que acuden a registrarse. Pero este martes no hay colas ni aglomeraciones, nada que ver con el serpenteo que otros años daba la vuelta a la manzana. Más de uno está perplejo. Como mínimo, resulta inquietante.