Gracias a la tierna redondez de los dibujos de Quino y a que las tiras de "Mafalda" estaban pobladas por niños, muchos chiquillos que empezaban a dejar de serlo aprendieron a leer humor adulto. Pero era una confusión o una transgresión. Lo normal en la España de los años setenta, cuando aparecieron los 10 tomitos apaisados con los chistes de Mafalda, era que los llevaran a casa los hermanos mayores. Por varias razones: entendían a la primera todo lo que había detrás de aquel teatro social representado por niños y tenían más dinero para comprar aquellos tomos tan caros que dieron tanto beneficio a la editorial Lumen de Esther Tusquets.