El escenario que embrujó a Marsé

La popular plaza de la Vila de Gràcia se erige en punto de encuentro para los vecinos

Escultura 8 Una niña mira a Rovira i Trias en su plaza.

Escultura 8 Una niña mira a Rovira i Trias en su plaza.

PATRICIA BARAJAS / BARCELONA

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La Vila de Gràcia está repleta de rincones con historia. La plaza de Rovira i Trias es uno de ellos. El lugar adecuado para sentarse a tomar un café en una terraza y transportarse a la Gràcia del siglo XIX.

En 1860, el propietario de la masía de Ca l'Alegre de Dalt, dueño de la parcela de la plaza, subasta ese terreno. Ramón Rabassa lo compra y cede dos terceras partes a sus socios Miquel Masens y Manuel Torrente Flores. El terceto le encarga al arquitecto Antoni Rovira i Trias, esposo de una hija de Rabassa, la parcelación del terreno. Una vez acabado el proyecto, y como era de costumbre en la época, deciden poner sus nombres a tres calles de la parcela. Para homenajear al arquitecto, acuerdan dar  su nombre a la plaza y además dedican la calle de las Tres Senyores a sus respectivas mujeres.

La plaza ha sido desde siempre un foco de atracción en el barrio y punto de encuentro vecinal. El famoso tranvía 39, el más célebre y  el último que existió en Gràcia, tenía su  inicio y final aquí. La parada de taxis y el cine Rovira eran otros puntos de atracción, pero la sala de proyecciones desapareció en los 60.

De película

En junio del 2001 Fernando Trueba rodó en la plaza El embrujo de Shangai, novela del escritor Juan Marsé. "Eliminaron todos los elementos anacrónicos para ambientar la plaza en la posguerra. Reconstruyeron la fachada del antiguo cine y trajeron un tranvía ficticio", comenta Josep Maria Contel, presidente del Taller d'Història de Gràcia.

Para homenajear a Rovira i Trias, ganador del concurso municipal para urbanizar el Eixample (que finalmente realizó Cerdà por órdenes del gobierno central), se esculpió en 1991 una figura suya de bronce en un banco de la plaza.

"Es una plaza muy concurrida. Mis clientes son de toda la vida y hay muchos extranjeros que bajan del Parc Güell y compran medicinas", añade Tomás Tomás, dueño de la farmacia Tomás, abierta en 1917 por su bisabuelo. Las calles del barrio son estrechas y peatonales. Dificultan, a veces, el paso de los coches. "La plaza es bonita, el problema es que no hay mucho aparcamiento", cuenta Inés Luján, vecina del barrio.