Intrépidos en el restaurante Ospi de Sallent

PAU ARENÓS

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Sallent, en el Bages, tiene unos 6.700 habitantes y un restaurante meritorio, Ospi, que por la oferta podría ser competitivo en una metrópoli.

Defender una cocina con personalidad en un pueblo es temerario pues la población estable a la que dirigirse es reducida y la otra, la de paso, es más difícil de atrapar que un Correcaminos dopado.

Hace ocho años, Òscar Piedra se atrevió con un establecimiento que rompía con el discurso local y sigue resistiendo al igual que otros pequeños campeones diseminados por núcleos de toda Catalunya.

Perpetuar esa inmersión a la payesa que se supone que atrae al barcelonés (butifarra, 'mongeta', platazos de chuletas a la brasa, ensalada con tomates sin tiempo y cebolla peleona) para reconciliarse con sus ancestros es una visión reduccionista de la diversidad.

En Ospi comí un taco con mollejas y salsa picante, un conejo escabechado y una coca de atún (ep, menos tomate) de rechupete. Lo difícil es sobrevivir: «Cuando comencé, el cátering representaba el 10%. Ahora es el 90%».

Si Òscar cerrara el restaurante probablemente ganaría más dinero, tendría menos quebrantos, pero menguaría como cocinero.