Mamarazzis

Ni floreros ni calladas: un caso de abuso en primera persona

'¿Yo fui mujer florero?' Un #MeToo contra el machismo en la televisión: "Bajaban al plató a cazar"

Mamarazzis: Bárbara Rey y Carmen Borrego, protagonistas de la semana

Violencia de género

Violencia de género

Lorena Vázquez

Lorena Vázquez

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El estreno del documental ‘¿Yo fui mujer florero?’, en la plataforma Max, ha reabierto el debate sobre el papel de la mujer en la televisión española de los años 80 y 90, a través de varios testimonios de presentadoras y azafatas de la época. La docuserie aborda el machismo que imperaba en la pequeña pantalla y también relata algunos momentos incómodos, como proposiciones sexuales, vividos por las protagonistas.

El movimiento MeToo ha sido el mayor terremoto que ha sacudido los cimientos de la industria audiovisual. Esta corriente feminista ha sido el punto de inflexión que ha evidenciado las dinámicas de poder sexistas y abusivas existentes y el revulsivo que ha visibilizado los trapos sucios de una industria donde las mujeres debíamos estar calladitas para estar más guapas.

Como mujeres y Mamarazzis, a lo largo de nuestra carrera profesional, hemos tenido que lidiar, inevitablemente, con algunas historias desagradables relacionadas con un abuso de poder sexista. Episodios en los que nos hemos visto envueltas, a nuestro pesar, y que hoy, gracias a toda la información que existe al respecto, por fin podemos ponerle nombre y etiqueta: abuso y acoso sexual.

En 1998, yo era una recién licenciada y trabajaba como redactora de una agencia de noticias. Era una joven veinteañera, con más ilusión que bagaje, y me dirigía a una de mis primeras entrevistas de “tú a tú” con un personaje “famoso”. Iba bien preparada: biografía estudiada, preguntas anotadas… Cierto nerviosismo, también. Él era, y es, muy conocido y yo quería hacer mi trabajo lo mejor posible. Mi entrevista iba a distribuirse entre los programas del corazón de la época. Me senté frente a él para comenzar la entrevista. A mi lado, estaba el operador de cámara, un fotógrafo y otra redactora. Junto al personaje, su representante.

A mi primera pregunta, ya respondió de manera prepotente y desagradable: “¿Es tu primera entrevista? Tienes pinta de becaria”. Contestó de manera burlona e hiriente a todas mis cuestiones sobre su trabajo. No le importaba que hubiera una cámara grabando. Rebosaba inmunidad. De repente, me espetó que le recordaba a la becaria Mónica Lewinsky y que si “la chupaba tan bien como ella”. Todos nos quedamos en silencio, atónitos. Nadie dijo ni una sola palabra. Él reía, igual que su acompañante. No olvidaré su cara desafiante ni su risa impune. También recuerdo el silencio, cómplice y temeroso. Decidí levantarme y, ante su sorpresa, le dije que no iba a continuar la entrevista y me fui conteniendo las lágrimas. Sentí culpa, vergüenza y miedo, por posibles represalias por su parte.

Mientras recogíamos nuestros bártulos, un hombre, de su parte, se acercó para invitarme a tomar una copa con el susodicho, cuando acabara el evento. Rehusé la invitación abochornada. No solo me había vejado con sus comentarios, ¡es que el tío pretendía ligar conmigo!

No ha sido hasta hace poco tiempo que he sido realmente consciente de lo que ocurrió allí y del porqué nadie hizo ni dijo nada. Esa conducta era tan habitual, que estaba normalizada. Con el MeToo no solo estamos exponiendo casos individuales de abuso, lo que se intenta es poner el foco en la raíz estructural del problema.

Los de siempre se preguntarán: “¿Ya no se puede ni bromear?”. Algunos todavía nos intentan colar machiruladas camufladas bajo el disfraz del humor, porque el humor ha sido históricamente el refugio del machismo. Con sus bromas han normalizado el abuso sexista para minimizar los episodios de acoso. ¡Basta ya!