IDEAS

Melancolía soviética

'Leto' (Verano), si no es una de las películas más tristes y bellas que he visto últimamente, poco le falta

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Ramón de España

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Demos gracias a la televisión por alargar la vida de muchas de esas películas que no va a ver casi nadie cuando se estrenan en salas. La otra noche pillé en Movistar una de ellas, que se me escapó en su momento porque duró muy poco en cartel. Se trata del noveno largometraje del cineasta ruso Kirill Serebrennikov, 'Leto' (Verano,) y está especialmente dirigida a los que Miguel Ríos llamaba hijos del rock & roll, en su sección de agobiados por una dictadura: si no es una de las películas más tristes (y bellas) que he visto últimamente, poco le falta.

Basada en personajes reales -los músicos Mike Naumenko y Viktor Tsoï, líderes respectivamente de Zoopark y Kino-, 'Leto' está ambientada en el Leningrado de principios de los años 80 y concentra la miseria física y moral del comunismo en un sector especialmente despreciado: los melenudos occidentalizados que querían apuntarse a la música pop en un entorno en el que ésta era vista con muchos recelos por las autoridades.

Mike y Viktor –integrantes de un extraño triángulo amoroso no consumado con la mujer del primero, Natacha, en cuyas memorias se basa la película- intentaban hacer carrera en un entorno hostil donde hasta los clubs de rock estaban tutelados por el estado y la mayoría de conciertos tenía lugar en domicilios privados. Víktor vivía con sus padres y Mike y Natacha en un piso compartido con otros soviéticos a su pesar. Se enteraban como podían de lo que pasaba en Occidente, a base de grabaciones chungas de discos de David Bowie y Lou Reed. Tenían trabajos embrutecedores, grababan en condiciones infectas y sus únicos entretenimientos consistían en beber, dibujar portadas de discos que nunca conseguirían o bromear sobre si el telediario empezaría con una espectacular cosecha de trigo o con Breznev soltando un rollo.

Los momentos de felicidad que hay en 'Leto' son imágenes oníricas de hechos que nunca sucedieron, pues aquí se imponen la tristeza y la melancolía (secuencia brutal la de Mike mirando carpetas de discos de sus ídolos clavadas en la pared y dándose cuenta de que lo suyo es un remedo imposible). Mientras en España superábamos un golpe de Estado y disfrutábamos de la movida, en Leningrado, a unos pobres desgraciados se les robaba la juventud. Víktor murió en 1990 en un accidente automovilístico. Mike, un año después: derrame cerebral tras un asalto callejero. Natacha sobrevivió para contarlo todo.