El fin de una rara luna de miel

Edward Snowden, de crucero por el río Moscova, en la capital rusa, en el 2013.

Edward Snowden, de crucero por el río Moscova, en la capital rusa, en el 2013.

MARC MARGINEDAS

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La luna de miel acabó súbitamente en junio pasado, exactamente tres años después de que aterrizara en el aeropuerto moscovita de Sheremetievo en un vuelo de Aeroflot procedente de Hong Kong. El presidente ruso, Vladímir Putin, acababa de estampar su firma en una controvertida ley que obligaba a las compañías de teléfono e internet de Rusia a archivar durante seis meses los registros de actividad y los metadatos de las conversaciones telefónicas para que estuvieran a disposición de las agencias de seguridad e inteligencia, además de ayudarles a la hora de descifrar mensajes encriptados si así eran requeridos.

"Firmar esta ley de Gran Hermano debe ser criticado", aseguró Edward Snowden en su cuenta de Twitter después de que el líder del Kremlin firmara la norma. "Más allá de las consecuencias que tendrá para la política y la Constitución, (la ley) equivale a cargar un impuesto de 33.000 millones de dólares sobre (el sector de internet) ruso", continuó.

Las críticas no parece que vayan a afectar a su posición en Rusia. Tal y como asegura telefónicamente a EL PERIÓDICO Anatoli Kucherena, abogado de Snowden, el exespía norteamericano tiene los mismos derechos que un ciudadano ruso. "Según la legislación rusa, es un ciudadano con capacidad de actuar como quiera; vivimos en una sociedad democrática", sostiene Kucherena.

Desde su llegada a Moscú, las autoridades rusas han concedido todo tipo de facilidades al prófugo de la justicia norteamericana. Snowden, paralizado en el aeropuerto moscovita al ser invalidado su pasaporte por EEUU, asegura que intentó en un principio recibir asilo en países que compartieran sus "valores", incluyendo varias capitales europeas y latinoamericanas, aunque finalmente, ante las presiones de Washington sobre los gobiernos de posibles estados destinatarios, optó –o debió– quedarse en Moscú.

El presidente Putin dijo entonces que no podía devolverlo a EEUU debido a la inexistencia de un tratado de extradición entre los dos países. Le fue concedido el asilo temporal y luego un permiso de residencia de tres años de validez. Sus abogados dijeron, durante una edición especial del programa 'El Objetivo' de Ana Pastor que incluía una entrevista con el propio analista, que las relaciones con Rusia "eran muy buenas".

LA KGB EN EL HORIZONTE

Sin embargo, a nadie se le escapaba entonces la aparente contradicción que existía entre los postulados que defendía el informático y la naturaleza del Gobierno en cuyo país había hallado refugio. En Rusia, centenares de miles de personas trabajan para las diferentes ramas de los servicios de inteligencia, y la falta de respeto a la privacidad y las intrusiones en la vida personal de los individuos es algo engastado en la ciudadanía.

Tras las recientes elecciones legislativas, existen filtraciones de que la Duma electa podría recrear el antiguo Comité para la Seguridad del Estado, recuperando de facto la KGB y la preeminencia que ejercía en la vida cotidiana durante la extinta era soviética.

Quizá el capítulo más controvertido y opaco de la estancia de Snowden en Rusia sea las varias semanas que, según la versión oficial, pasó en la zona de tránsitos del principal aeropuerto moscovita, que en la práctica se reduce a un estrecho corredor de kilómetro y medio de longitud que une tres terminales, sin ser apercibido por los miles de pasajeros que a diario circulan por las instalaciones, o las decenas de periodistas que allí montaban guardia.

Fuentes de inteligencia dan por sentado que el analista, con acceso a información clasificada estadounidense que podría ser de gran interés para Rusia, mantuvo encuentros con representantes de los servicios de inteligencia del Kremlin en las que se fijaron las condiciones de asilo a cambio de cooperación, un extremo que el propio Snowden niega repetidamente en las entrevistas que concede.