ENTREVISTA

Jorge Dezcallar: «Aznar me pidió desmentir que el CNI no seguía la pista de ETA»

Palma de Mallorca, 1945. Diplomático y exdirector del CNI Desciende de los marqueses del Palmer, por parte de padre, y de los de Villora, por parte de madre. Su tío Guillermo Nadal y la lectura de Salgari le inocularon el veneno de la diplomacia. Tras estudiar Derecho, ingresó en la carrera en 1971.  Asesor de Felipe González en la Moncloa y director general en el Ministerio de Exteriores, primero de África y Oriente Medio y después de Política Exterior, fue hombre clave en la  Conferencia de Paz de Madrid (1991) y entre 1997 y el 2001 encabezó la embajada en Marruecos.  Aznar lo puso al frente del CNI con la intención de modernizar la central de inteligencia (impulsó el centro criptológico nacional). Tras las elecciones del 2004 fue destinado a la Santa Sede y, más tarde, a Washington. 

Jorge Dezcallar, diplomático ahora retirado en su Mallorca natal,el pasado lunes, en Barcelona.

Jorge Dezcallar, diplomático ahora retirado en su Mallorca natal,el pasado lunes, en Barcelona.

NÚRIA NAVARRO

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El atentado del 11-M le pescó al frente del CNI. Faltaban horas para las elecciones generales del 2004 y el Gobierno le utilizó para sostener la autoría de la banda terrorista. Le utilizaron. No se dejó.Y pasada algo más de una década, cuenta su verdad en un libro.

Joaquín Ruiz-Giménez, ministro con Adolfo Suárez, dijo un día en voz alta: «Si la gente viera por un agujerito al consejo de ministros, correría a Barajas a tomar el primer avión al extranjero». Puede que Jorge Dezcallar esté de acuerdo. Ha estado 40 años en el backstage de la alta política: diplomático, asesor de Felipe González en la Moncloa y el primer civil que cogió los mandos del CESID para airearlo y transformarlo en el CNI por encargo de Aznar. Justo al frente de la central de los espías, le tocó el 11-M, el mayor atentado terrorista perpetrado en España, y se vio en medio del fuego cruzado entre el PP y el PSOE. Pasados 11 años, deja que miremos por el agujerito la gestión de aquella crisis -y otros asuntos- en el libro Valió la pena (Península).

-Aquella mañana usted sostuvo que había sido ETA.

 

-El instinto me dijo que era un ataque islamista, pero ETA había expresado por boca de Josu Ternera que quería amargar la salida de Aznar y la semana anterior la guardia civil se había incautado de una furgoneta con 500 kilos de explosivos cerca de Madrid. Estábamos obsesionados con ETA. De hecho, el primero que pensó que había sido la banda fue el lendakari. Incluso los etarras que teníamos controlados decían: «¡Qué barbaridad lo que hemos hecho!».

-Aznar insistía en la hipótesis.

-Le convenía. Yo hablé tres veces con él por teléfono. Primero le dije:  «Presidente, creo que es ETA». La segunda: «No me preguntes porque la investigación la lleva la Policía y estoy fuera de juego». Y la tercera: «Este asunto huele a islamista que apesta». Pero entre el 11 y el 16 de marzo no fui convocado a ninguna reunión.

-¿Es posible no contar con el CNI en un asunto tan dantesco?

 

-Es lo que pasó. Logré que Acebes me recibiera el sábado a las 4 de la tarde y no me contó nada de las detenciones. Al volver al Centro, Alfredo Timermans, portavoz de la Moncloa, me había llamado seis veces. Me dijo que el Presidente quería que saliera en TVE para desmentir a la SER que decía que el CNI había abandonado la pista de ETA. Intolerable. Ya sabían que no era verdad. Pretendían arrastrarme a la lucha política, y me negué. Al final, hice un comunicado que no gustó a nadie, y por la noche tuve una tensa charla con Aznar.

-¿Por qué no se  plantó?

-Lo hice, pero dimitir el día antes de las elecciones habría sido una temeridad. El CNI es un servicio de Estado con lealtad al Gobierno de turno, por encima y al margen de las luchas partidistas. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando Aznar desclasificó unos papeles del CNI que, tachando ciertos párrafos, nos presentaban como responsables de que el Gobierno insistiera en la tesis de ETA. No me pareció justo. Y no porque me echara la culpa -la política es muy sucia, a veces-,

sino porque afectaba a la credibilidad del CNI. Ningún servicio de inteligencia nos daría ningún papel si se filtraban en los medios.

-Al final, Zapatero ganó y le cesó.

-Así es. Moratinos me ofreció ser  embajador en el Vaticano.

-¿Nadie le dio explicaciones?

-Nadie me las dio y yo no pregunté.

-Las teorías de la conspiración siguieron.

 

-Todas esas teorías no hicieron más que complicar las cosas y crear crispación. El 11-M se empezó a fraguar en el 2002. No estaba decidida la participación de España en la guerra de Irak y no había elecciones convocadas.

-¿Es raro que el CNI estuviera in albis?SEnDNo lo vimos venir. Teníamos informadores en ese mundo y no lo detectaron. Esa gente ni eran radicales ni iban a mezquitas. ¡Si hasta se reunían en una peluquería! Lo que más miedo da a los servicios de inteligencia son los lobos solitarios o las células pequeñas. Teníamos controlado a Allekema Lamari, que habla en el vídeo reivindicando el atentado, pero había desaparecido un mes antes y el CNI había dado la voz de alarma a la Policía.

-Ahora el ministro del Interior sostiene que estamos en alerta cuatro. 

-Tendrá elementos de juicio. Acaban de detener a una célula de reclutamiento. Pero claro, un servicio amigo te dice que puede haber un atentado en el Mediterráneo. Y con eso, ¿qué hacemos? ¿Contra qué? ¿Un muelle de pasajeros? ¿Un transatlántico? ¿Un hotel? Los servicios de inteligencia están preocupados con la entrada desordenada de refugiados sirios. El EI está reclutando a mil combatientes al mes. Los que no se vayan al paraíso, pueden regresar, y es gente fanatizada y con experiencia en armas de fuego. Aunque es difícil que se produzca un atentado como el del 11-M.

En el 2004 estábamos en mantillas en eso del islamismo radical, y ahora no.

-¿Olfatea un mundo invivible?

-Más bien un mundo complicado, multipolar, en tensión permanente, con instituciones multilaterales debilitadas, más incierto.

-Suerte que ha tenido entre manos asuntos menos amenazantes.

 

-Todos fueron importantes.

-Cuentan que usted tapó los pecadillos al rey Juan Carlos.

-Yo no hablo de cosas de esas.

-La propia Corinna, su amiga especial, ha hablado de cosas de esas.

-Ya no era embajador. Tenemos un Rey, emérito, que ha presidido el mejor momento de la historia de España desde Carlos III. Impulsó el retorno a la democracia, frenó un atentado golpista, con él recuperamos prestigio internacional. Comprendo que los pecadillos -por los que ha pagado un precio- han sucedido en un momento en que el país no estaba para bromas. Pero no van a ensombrecer 40 años de un reinado muy fructífero.

 

-¿Le mandó a los Urdangarin a Washington? Usted era allí embajador.

-Un periódico publicó que yo le había puesto un despacho a Urdangarin en la embajada. Mentira. No pisó la cancillería. No sé cómo decirlo… El escándalo aún no había estallado. Yo estaba allí, a disposición de una infanta de España, pero pensé que el mayor favor que les podía hacer era no darles la lata. Cené con ellos y fui al cine a ver una comedia muy floja.

-El 11 de enero se celebra el juicio.

-No puedo ni debo decir nada.

-Sigamos, pues. Cerró Washington,  llegó Rajoy y le ofreció migajas.

-Me ofrecieron un rango de embajador en misión especial para no sé qué. Era tan rimbombante como carente de sentido. No quería terminar en los pasillos del ministerio dedicándome a bobadas. Me volví a casa.

-Rajoy no le es simpático, ¿eh?

 

-Le traté cuando era ministro del Interior y la relación fue cordial. Sí creo que con Felipe González y con Aznar España tuvo una política exterior sólida, con una visión de futuro. Eso, con Zapatero agobiado por la crisis, y con Rajoy, se ha perdido. En vez de estar en primera división jugamos en segunda. Y es una pena.

-Puestos en penas, ¿qué me dice del problema catalán?

-En Catalunya hay dos problemas. Uno catalano-catalán, porque un 50% piensa una cosa y otro 50%, otra. Y yo creo que es difícil ir a ninguna parte con el 50% del voto. Mohamed Mursi lo intentó y le salió muy mal. Y dos, es evidente que un 1.800.000 catalanes están incómodos en España, y hay que dar una respuesta política, no judicial o constitucional. Mas, que es un desastre porque ha conducido a Catalunya a un callejón sin salida, se ha encontrado en Madrid con una persona con poca cintura y nula capacidad de respuesta.

-¿Qué haría un diplomático para deshacer el enredo?

-Una negociación implica concesiones por ambas partes. La solución no es que el primero derecha se haga una escalera directa a la calle, porque destroza la fachada de la comunidad de vecinos. Yo no aceptaría que llegara un Oriol Junqueras diciendo que está dispuesto a discutir el cómo pero no el qué. A mí lo que me asombra es que en Catalunya haya gente que diga: «La ley no me gusta, no la puedo cambiar y, en consecuencia, la incumplo». ¿Esto es democrático?

-Democracia y ley no siempre han coincidido en la Historia.

-En democracia lo primero es cumplir la ley.

-Nelson Mandela y Rosa Parks, ejemplares sin duda,  las desobedecieron.

 

-¡No comparemos! Uno tiene que ver con el genocidio, y la otra, con los derechos humanos. La autodeterminación está prevista en casos de colonias, de exterminio, de pueblos sometidos mediante dictaduras, pero no para una segregación dentro de un Estado democrático. En caso de independencia unilateral Catalunya estaría muy sola y ahí fuera hace mucho frío. La verdad, a mí me cuesta mucho creer que alguien tenga vocación de ser albanés pudiendo ser español.