Andy Summers

Un ajuste con Sting

El exguitarrista de The Police saca pecho en un documental basado en sus memorias. Acepta el gran ego que tenía el líder, pero lamenta: «Nunca fue un jugador de equipo»

Andy Summers responde a la prensa en la presentación del documental, el pasado miércoles, en Nueva York.

Andy Summers responde a la prensa en la presentación del documental, el pasado miércoles, en Nueva York.

ELOY CARRASCO

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Andy Summers ya tiene 72 años y habrá pensado que es hora de hacerse un homenaje. El que fuera guitarrista de The Police, quizá el grupo más importante de los años 70-80 en la conjunción de los términos fama y calidad, salda cuentas al erigirse como protagonista absoluto de un documental que se ha estrenado este fin de semana en Estados Unidos, aunque llevaba un par de años en algún cajón. Can't stand losing you: surviving The Police se nutre del libro de memorias del propio Summers, One train later, publicado en el 2006 y editado en España por Global Rythm como El tren que no perdí, y de fotografías del músico, que ha expuesto sus imágenes en numerosas ocasiones.

La película ha sido formalmente dirigida por Andy Grieve (Chicago, 1977), un especialista en documentales que, entre otros, también ha facturado La mentira de Lance Armstrong La historia de Wikileaks, pero la mano de Summers (Blackpool, Inglaterra, 1942) se percibe muy larga aquí. Además, ni Sting ni Stewart Copeland, los otros dos miembros de la desaparecida banda, han tenido nada que ver en la producción. De hecho, en varios fragmentos del metraje es Sting -líder, cantante y compositor principal de The Police- quien recibe las mayores pullas. Sting absorbía mucho foco y eso acabó siendo uno de los problemas gordos que acarrearon la descomposición del grupo cuando se encontraba en la cumbre del éxito y la popularidad. Sin embargo, Summers no se muestra especialmente rencoroso por ese motivo. «Él tenía mucho ego, Stewart tenía mucho ego y yo tenía mucho ego, es cierto -declaró el pasado miércoles a la prensa, en la presentación del documental-, pero sin esos egos la banda no habría llegado tan lejos como llegó». Sí dejó claro que Sting nunca fue «un jugador de equipo». No le gustaba compartir los créditos de las canciones y le gustaba lucir su liderazgo siempre que podía.

Una de las mayores demostraciones de este talante ocurrió en Holanda, en el verano de 1980, durante la grabación de Zenyatta Mondatta, el tercer álbum de The Police. Aquel disco se mezcló precipitadamente, el grupo no daba abasto, vivía en el torbellino de una demencial gira por cualquier rincón del planeta y todo eran prisas. La crispación a bordo era el pan diario y Sting -revela Summers- se negó a tocar el bajo en Behind my camel, una composición instrumental del guitarrista. Cuando la hubieron grabado, Copeland y el propio Summers, que también tuvo que hacerse cargo del bajo, la cinta original desapareció misteriosamente. «Medio en serio, medio en broma -cuenta Summers-, Sting la había escondido en el jardín del estudio». «Me doy cuenta de lo que está ocurriendo y, un día después, consigo desenterrar la cinta y la canción acaba entrando en el álbum».

La dictadura del líder

Aunque falto de todo sentido de la nobleza, tal vez no iba nada desencaminado Sting en la maniobra de deshacerse de aquella grabación (si no es la peor pieza de la historia de The Police le falta muy poco). La cuestión es que unos meses después Behind my camel fue premiada con el Grammy a la mejor canción instrumental (!). El zasca de Summers no se pronuncia en el documental, pero es evidente.

En 1981, prosigue la narración, «la frágil democracia se convirtió en una dictadura», porque «estaba claro que Sting no quería permanecer en ningún grupo». El equilibrio tenía muchos números para saltar por los aires. Cada cual iba por su lado y su majestad Sting imponía la ley musical, a la vista de que a pesar de todo la magia de los discos seguía intacta. Pero Summers había perdido los papeles completamente. Para colmo, se hizo muy amigo del actor John Belushi, con quien -confiesa en el libro- comía tortillas de setas alucinógenas. Se superaban noche tras noche en sus farras empolvadas de cocaína por Nueva York.

Su esposa, Kate, le pidió el divorcio, hastiada del desbocado tren de vida de un marido estrella del rock. Años después volvieron y hoy continúan juntos, en California. El viejo Andy, aquel chaval al que el tío Jim regaló una desvencijada guitarra española que le cambió la vida.