BODAS DE PLATA AMARILLAS

Icono pop

El 17 de diciembre de 1989 se emitió en EEUU el primer episodio de 'Los Simpson', una serie que, 25 años después, es un referente cultural

Los Simpson

Los Simpson / periodico

NANDO SALVÁ / BARCELONA

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Cuesta creer ahora que la ficción que vemos en la pequeña pantalla es sinónimo de sofisticación y riesgo, pero hubo un tiempo en el que la sitcom más irreverente de la televisión era La hora de Bill Cosby, aunque fuera solo por los terribles jerséis estampados que lucía el entonces cómico y padre perfecto -eso también cuesta creerlo hoy--; en general las comedias de situación, de Las chicas de oro a Los problemas crecen, y de Padres forzosos a Cosas de casa, eran todo sacarina y moralismo. Y hubo un tiempo en el que mostrar al Coyote cayendo por un acantilado y aplastándose contra el suelo mientras el Correcaminos se iba de rositas era el toda la incorrección política a la que un cartoon podía aspirar. Y entonces llegaron Homer, Marge, Bart, Lisa y Maggie.

Cuando debutaron en televisión, el 17 de diciembre de 1989 como teleserie (dos años antes habían empezado a aparecer en píldoras de dos minutos en El show de Tracey Ullman), Los Simpson cambiaron el rostro de la televisión para siempre ofreciendo un retrato de la familia estadounidense que para los estándares de la época resultaba extremadamente subversivo. Desde ese momento y hasta hoy su creador, Matt Groening, y un nutrido grupo cambiante de guionistas dotados para la sátira se han dedicado sistemáticamente a cuestionar la sagrada institución y la sociedad en su conjunto, señalando en el proceso la incompetencia y la corrupción de la industria, el gobierno, la religión, la educación e, irónicamente, incluso la tele.

Por ello, no es extraño que el show fuera inicialmente recibido con un nivel de rechazo hoy solo reservado para los videojuegos de disparos en primera persona. Los garantes de la moralidad y el decoro se apresuraron a hacer saltar las alarmas sobre el nefasto modelo de conducta que la familia Simpson proporcionaba a los niños. El primogénito, Bart, era poco menos que una apología andante de la delincuencia juvenil. Eso no impidió -al revés, probablemente- que tan solo unos meses después del estreno las camisetas estampadas con el rostro del chaval se vendieran, solo en EEUU, a razón de un millón al día.

Por supuesto, la cantidad y variedad de merchandising generado -desde pósteres y juguetes hasta ambientadores para el váter- es la prueba más clara de hasta qué punto la serie ha penetrado en el zeitgeist. Si la revista Time la consideró el mejor programa de tele del siglo XX -llegó a comparar a Groening y los suyos con Chéjov y Céline-, fue sobre todo por su capacidad para funcionar como base de datos esencial para el estudio de la industria del entretenimiento, la cultura pop y la sociedad en general. A lo largo de este cuarto de siglo, por ejemplo, los guionistas de Los Simpson han meditado sobre asuntos como la homofobia (Homer-fobia, episodio 15 de la octava temporada), el uso descontrolado de armas de fuego en EEUU (La familia Cartridge, episodio 5 de la novena temporada), la corrupción de la industria farmacéutica (La ayudita del hermano, episodio 2 de la 11ª temporada) o las políticas contra la inmigración (Mucho Apu y pocas nueces, episodio 23 de la séptima entrega).

La implacable forma con la que Los Simpson se acostumbró a hacer humor a partir de nuestras miserias allanó el camino para todos los programas de animación para adultos que han visto la luz en las últimas dos décadas, de El rey de la colina a South Park y Adult Swim a, por supuesto, Padre de familia: el creador de esta última, Seth MacFarlane, esencialmente ha hecho con Los Simpson lo que un ratero haría con un centro comercial durante un apagón. Es más, resulta fácil detectar rastros genéticos de la familia más famosa de Springfield en casi cualquier sitcom producida posteriormente, llámese Seinfeld, FriendsRockefeller Plaza, o Parks and Recreation. Pero donde más ha influido la serie es en nuestra psique colectiva: nuestro sentido de la ironía, nuestra voluntad para entender y reclamar cierto nivel de inteligencia y vitriolo en la televisión que consumimos.

EVOLUCIÓN // Su forma de hacerlo ha variado con el tiempo. Inevitablemente, el impecable equilibrio de referencias sesudas y humor de brocha gorda del que Los Simpson hizo gala en sus temporadas más tempranas se hizo difícil de sostener con el paso del tiempo. Si en los primeros años la serie triunfó gracias a sus personajes e historias, el timing de los diálogos y los gags visuales y el fenomenal trabajo de los actores de doblaje -los originales, y los españoles también-, la mayoría de episodios producidos desde 1999 son festivales de gags construidos alrededor de la estupidez y el egoísmo crecientes de Homer y, sobre todo, de referencias rápidas y furiosas a la cultura pop. También en  ese sentido todas las sitcoms posteriores han tratado de estar a la altura. Ninguna lo ha logrado.

Después de todo, ¿qué otra serie puede presumir de hacer referencias cómicas a Tennessee Williams, Ayn Rand, Alfred Hitchcock, La gran evasión y los pretenciosos musicales de Broadway, todo en un solo episodio? Por ella han desfilado los Rolling Stones y Michael Jackson, Justin Bieber y Lady Gaga, Stephen Hawking y Buzz Aldrin, Julian Assange y Kareem Abdul-Jabbar y Bill Clinton y George Bush y, más o menos, todo aquel que se precie en Hollywood. Contemplar tanto los 561 episodios que a día de hoy han visto la luz -y que la convierten en la sitcom más longeva de la historia- como Los Simpson: la película (2007), es asistir a un deslumbrante desfile de personalidades y celebridades, pasearse por un museo virtual de historia de la cultura popular. Y, sin duda, uno de los salones centrales de ese museo imaginario estaría dedicado al propio Homer. A lo largo de este cuarto de siglo, el paterfamilias ha dejado de ser el clásico progenitor lleno de grandes sueños y frustraciones latentes para convertirse en un bufón obsesionado por la comida cuya capacidad mental ha menguado de tal forma que, a día de hoy, el depósito está prácticamente vacío, y que como consecuencia se permite reflexiones como: «Tener hijos es lo mejor. Les puedes enseñar a odiar las cosas que tú odias. Y se educan prácticamente solos, gracias a internet y todo eso».

DECLIVE // Es cierto, en todo caso, que en los últimos años Los Simpson se ha apartado claramente del campo de visión del ojo público. Tanto es así, que resulta fácil suponer que la mayoría de personas nacidas después de las Navidades de 1989 no han visto ni un episodio completo de la serie. Por supuesto, sus nuevos episodios -ahora se emite la 26ª temporada- ya no provocan la más mínima controversia, y eso es un mal derivado de su éxito -dejaron de combatir el establishment para convertirse en parte de él- y un síntoma de los tiempos en que vivimos. La animación, decíamos, y la tele en general han cambiado drásticamente en los últimos 20 años. El pecado más grave cometido por Bart quizá haya sido cortar la cabeza de la estatua del fundador de Springfield, mientras que, en un episodio cualquiera de South Park, Cartman trata de exterminar a los judíos. Y el mundo también ha cambiado. En una época en la que campan a sus anchas Kim Kardashian y el Pequeño Nicolás y otros personajes que esencialmente son chistes de sí mismos, ¿qué espacio queda para la sátira?