Cayetana Fitz-James

Nosotros los Alba

Carlos Fitz-James hereda un ducado valorado en 3.000 millones y tierras que son 175 veces la extensión de Mónaco

Con Sofía Loren, en el Salón del Caballo en Sevilla, en noviembre del 2001.

Con Sofía Loren, en el Salón del Caballo en Sevilla, en noviembre del 2001.

JULIA CAMACHO

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La importante herencia de la Casa de Alba permitió a la duquesa Cayetana, fallecida el pasado jueves, convertirse en un espíritu libre que vivió como quiso. Y lo hizo incluso hasta el último momento, como cuando hace tres años rompió las reticencias familiares a su boda con Alfonso Díez repartiendo en vida el legado para, de alguna manera, garantizar que quedaba protegido frente a cualquier persona ajena al linaje.

En adelante, sus herederos tienen la tarea de mantener vivo el patrimonio de los Alba, fruto de antiguas dinastías que enraizan incluso con la rama de los Estuardo en Inglaterra y que hubieran permitido a Cayetana convertirse en un hipotética reina de un improbable reino de una Escocia independiente. No son solo títulos y propiedades, como algunos asistentes a la capilla ardiente jugaban a enumerar en los ratos de espera. También incluye valiosímos archivos y documentos, más de 200 óleos de elevadísimo valor, esculturas, tapices y joyas que en muy contadas ocasiones han sido mostrados al público.

Se tendrán que enfrentar al reto de modernizar la marca y, de paso, hacerla rentable. Ya lo dijo Cayetano Martínez de Irujo en televisión. «Somos ricos en patrimonio, pero nos falta liquidez». Por eso, él y el nuevo duque de Alba se encargan de dirigir desde hace años las empresas agrícolas y de un ambicioso proyecto con una línea de productos gurmet originales de estas fincas. Desde aceite de oliva y carne a mermelada o galletas. Sin embargo, y teniendo en cuenta la personalidad de los descendientes, más difícil parece superar el carisma de Cayetana, cuya personalidad arrolladora ocultó el aire caduco del modelo aristocrático. 

EL HEREDERO El síndrome del príncipe de Gales

El síndrome del príncipe de Gales traspasa fronteras. No se puede decir que Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, el primogénito de Cayetana de Alba, herede la casa en la plenitud de la vida. Con 66 años, el nuevo y 19º duque de Alba de Tormes asume el reto de mantener el legado familiar al nivel al que lo dejó la duquesa. Junto con los 45 títulos nobiliarios ligados a la casa, también recibe la presidencia de la fundación, cuya jefatura ejerce desde hace años y que incluye el deber –aprendido desde pequeño– de preservar un ingente patrimonio familiar.

Muy parecido físicamente a su padre, posee también su personalidad. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, y desde el fallecimiento de su progenitor era ya el principal gestor de las finanzas de la familia. Su residencia la tiene en el madrileño palacio de Liria, que la familia reconstruyó tras los bombardeos de la guerra. Caballero maestrante y y miembro de la orden militar constantiniana de San Jorge, su madre contó que creció en palacios y jugó entre obras de arte, pero nunca demostró sentirse diferente a los demás.

El duque de Huéscar frecuenta poco los titulares. Se separó de la aristócrata sevillana Matilde de Solís a causa de la depresión de esta, que al final de su matrimonio fue ingresada por un disparo en la cabeza que se había infligido ella misma. El percance nunca llegó a aclararse y se barajó la hipótesis de un intento de suicidio. La boda fue anulada, pero quedaron dos hijos.

En su juventud tuvo un noviazgo con Alicia Koplowitz, con la que volvió a salir en el 2006, aunque la relación no prosperó. Entre sus aficiones destaca el esquí, la navegación, la caza, la música y la lectura.

GRAN TERRATENIENTE «¡Delincuentes!», llamó a los jornaleros

María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisca Fitz-James Stuart, que ese era su nombre completo, poseía la octava fortuna de España, según Forbes, que le adjudica cerca de 3.000 millones de euros. Seguro que el economista Thomas Piketty, martillo de los grandes patrimonios, tendría mucho que decir. Más allá de eso, hay un puesto en el que la Casa de Alba no tiene rival: son los mayores terratenientes españoles, con 340 kilómetros cuadrados. Una superficie 175 veces más grande que el principado de Mónaco.

La gestión de este vasto terreno, repartido por todo el país, no ha estado exenta de polémica, dado que, con casi dos millones de euros, la aristócrata era la principal beneficiaria de subvenciones de la Política Agraria Común Europea (PAC). Por si fuera poco, Hacienda ha confirmado que el 90% del patrimonio familiar –entre 2.200 y 3.200 millones de euros– está exento del pago de impuestos debido a que se considera Patrimonio Histórico y se gestiona mediante fundaciones.

No es de extrañar que el combativo sindicato de jornaleros de Juan Manuel Sánchez Gordillo se haya enfrentado a ella en varias ocasiones, denunciando incluso la cuasi explotación laboral. Además de las reiteradas ocupaciones en sus fincas, los jornaleros la denunciaron por insultarles («locos» y «delincuentes») cuando le afearon la concesión de la Medalla de Andalucía en el 2006. Pero la aristócrata fue absuelta porque, según la Audiencia de Sevilla, «no tenía animo de ofender».

LA FAMILIA Una niñez marcada por la severidad

Todos en la familia Alba esperaban que fuera un niño, pero en 1926 quien nació fue Cayetana. «¿Es una niña? Pues mejor», recuerda que repetía el duque sobre aquel momento. Tras la repentina muerte por tuberculosis de su madre, Rosario Silva y Gurtubay, su padre la educó con «la misma o más severidad que un chico», según explicó la duquesa en sus memorias, donde afirmó tener la certeza de que le dedicó «todo el tiempo que un hombre de aquella época y su dedicación podía».

De Jacobo Fitz-James Stuart heredó Cayetana el espíritu viajero, el amor por el arte y la práctica del deporte. Mientras otras niñas trajinaban con muñecas, la duquesa disfrutaba trepando por los árboles o jugando a la pelota o al baloncesto. Y le quedó grabada la frase «un Alba tiene que ser siempre fuerte ante la adversidad».

Huyendo de la guerra civil acaba en Londres sufriendo el asedio de la segunda guerra mundial. Pese a la severidad de su educación, en colegios franceses e ingleses, Cayetana descubrió rápidamente lo bien que lo pasaba con «la gente normal, más natural y divertida que la gente de bien». Y que prefería el flirteo con un torero que con los aristócratas europeos que su padre se esforzaba en presentarle. Un duque que defendió aquello de que «todavía hay clases» cuando, ya distanciado de Franco porque este no iba a reinstaurar la monarquía, evitó que Cayetana celebrara la puesta de largo con la hija del dictador.

CONSERVADORA «Soy antiaborto y antiatrocidades»

La duquesa de Alba siempre llevó a gala ser un espíritu libre y pocas veces se calló lo que pensaba (como las palabras que dedicó a los jornaleros). Como buena noble, dos valores destacaban por encima de todo: conservadurismo y religión. Se declaraba «antidivorcio, antiaborto y anti todas esas atrocidades; soy católica, apostólica y romana, y lo ejerzo», y defendía que el matrimonio tenía que ser para toda la vida. «Por eso, lógicamente –manifestó– hay que pensarlo antes», y llevó mal la separación de sus hijos. Por eso también era impensable no formalizar su relación con Alfonso Díez, aunque fuera a los 85 años.

Más próxima a Felipe González que a José María Aznar, se refugiaba en el «yo no soy política, a mí me gustan las personas». Se confesaba monárquica «al cien por cien», y recordaba que «las dos veces que en España hubo república había sido un fracaso total».

Otro de los asuntos que la preocupaban era la desunión de España. «Quisiera que recapacitaran los políticos y los ciudadanos», dijo. «Cada autonomía, por sí sola, no es nada –añadió–. Divididos nunca seremos nada, y no llegaremos a ningún sitio». Citaba el caso de Italia, «que no hace tanto que se unificó [un poco: fue en 1870] y les ha ido mejor que si hubieran sido pequeños estados». Como único deseo, pedía que «España se levante, que el Rey (Juan Carlos) y sus descendientes sigan reinando y lo que más quiero: la unión de España». Sobre el caso Noós fue clara. «Nadie elige con quién se casan los hijos».

DUQUESA POP Entre Churchill y Jackie Onassis 

La fama de la duquesa de Alba cruzaba fronteras, al menos en cuanto a prensa. También algunos de los acontecimientos más importantes de su vida, como sus bodas. La primera, con Luis Martínez de Irujo en 1947, fue merecedora de la atención del The New York Times y Libération por su disparatado coste para la época: 20 millones de pesetas para 2.000 invitados. Y la imagen de una duquesa de 85 años descalza y bailando en su tercera boda junto a su flamante marido 25 años más joven también mereció la atención periodistica de medio mundo.

A mediados de los años 50 empezó de verdad la agenda social de la niña que, de pequeña, jugaba con Isabel II, recibía visitas de su padrino Alfonso XIII o de amigos de su padre como Winston Churchill. Su primer viaje de bodas, con 11 baúles que harían temblar a Lady Gaga, pasó por Londres, Nueva York, Hawái, Cuba y Hollywood, donde compartió mesa con Gary Cooper, Esther Williams, Walt Disney y Charles Chaplin.

Ya en Madrid, la perfecta anfitriona abrió el palacio de Liria al cine y la música: Liz Taylor, Sofía Loren, Ava Gardner, Yehudi Menuhin...Y ella acudía a las fiestas de Lola Flores o Antonio, el bailarín para demostrar la técnica aprendida con grandes como Pastora Imperio y Enrique, el cojo. Protagonizó reportajes en la BBC, y las revistas Time o Harper’s Bazaar publicaron fotos suyas tomadaspor Richard Avedon. Incluso intentó montar, coincidiendo con la Feria de Abril, una suerte de Baile de la Cruz Roja de Mónaco en el que colocó la mantilla a Grace Kelly y Jackie Onassis.