Sevilla se postra otra vez en el adiós a Cayetana

Carlos, primogénito de la duquesa, se arrodilla durante el funeral de ayer.

Carlos, primogénito de la duquesa, se arrodilla durante el funeral de ayer.

JULIA CAMACHO / SEVILLA

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«Mi hija tiene síndrome de Down, y nadie sabe la de veces que la duquesa nos ayudó en la asociación, eso no salía en prensa». Carmen aguardó ayer las más de dos horas que duró el funeral en la Catedral de Sevilla y la comitiva fúnebre posterior para, desde una escalera, lanzar un beso al féretro y despedirse de la duquesa de Alba. Como ella, también en la ceremonia dieron testimonio de las labores de caridad, calladas, que llevó a cabo la aristócrata en diversos ámbitos de la ciudad. «Ella, elegante, sabía que de los pobres no se presume, sino que se les ayuda y basta», sentenció monseñor Amigo Vallejo.

Esa faceta privada de colaboración ha sido repetida por numerosos sevillanos estos días, y sirve para explicar, en parte, las multitudinarias colas que se han visto en la capilla ardiente, en las abarrotadas calles por donde pasaron sus restos mortales hasta el funeral y en la propia catedral. Se despedían de la «embajadora de Sevilla», la «auténtica reina de la ciudad» y esos tópicos, pero muchos también lamentaban la marcha de la mecenas que permitió la supervivencia de algunas pequeñas asociaciones y sacó adelante muchos proyectos.

«Era noble de herencia, pero también noble, muy noble, de corazón», alabó en la solemne ceremonia Amigo, destacando que la actuación de Cayetana de Alba se  guiaba por «profundas convicciones religiosas» que vivió acorde al carácter de la tierra «que ella tanto quiso». Unos valores que resumió en «amor a la familia, a las tradiciones y de ayuda a los demás». E intentó reconfortar de alguna manera a la afligida familia. «No busquéis restos de su memoria en ningún sitio del mundo, ella estará siempre viva en el recuerdo y en el corazón de quienes tanto la han querido».

En la primera fila, el viudo, Alfonso Díez, no era capaz de reprimir el llanto cada vez que veía el ataúd cubierto por el escudo de la Casa de Alba y acompañado por dos almohadones con todas las insignias de la aristócrata, fallecida el jueves. Tampoco la única hija de la duquesa, Eugenia, o los nietos, algunos de los cuales llevaron a hombros el féretro a su entrada a la seo. Otra de las nietas, la hija de Eugenia y Fran Rivera, protagonizó uno de los momentos más emotivos de la jornada cuando, al término del funeral, buscó al viudo para, tras fundirse en un largo abrazo, ver salir juntos el ataúd camino ya del cementerio.

A todos ellos dedicó un cariñoso saludo de la infanta Elena, representante de la familia del Rey (la inglesa mandó una corona). Al otro lado, las autoridades, encabezadas por el presidente del Senado, Pío García Escudero; el ministro de Defensa, Pedro Morenés; el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido; el consejero andaluz de Justicia, Emilio de Llera, y la delegada del Gobierno en Andalucía, Carmen Crespo.

Solo algunos miembros de la Hermandad de los Gitanos acudieron al crematorio «para no dejar sola a la señora». Ya por la tarde, en la intimidad, la familia depositó parte de las cenizas bajo la imagen del que era el Cristo de la duquesa.