Cuando Patricia Hearst era Tania

Patricia Hearst, empuñando el fusil de asalto ante el logo de la guerrilla, en 1974.

Patricia Hearst, empuñando el fusil de asalto ante el logo de la guerrilla, en 1974.

NÚRIA MARRÓN

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Si algo simboliza el zeitgeist de principios de los 70, esa palabra que en cursi significa espíritu de los tiempos, es el secuestro y posterior salto a la guerrilla urbana de Patricia Hearst, nieta del magnate William Randolph Hearst. El próximo martes se cumplen 40 años de aquella noche en que la heredera, de solo 19 años, abrió la puerta de su casa y se topó con dos hombres y una mujer que, en nombre del Ejército Simbiótico de Liberación, maniataron a su novio, el profesor universitario Steve Wedd, y a ella la amordazaron y la metieron en el maletero de un coche antes de huir quemando rueda a toda velocidad.

Ese ejército en el que nunca llegaron a militar más de 15 personas no era un exotismo de la época. Los flancos más radicales de las revueltas de finales de los 60 habían hecho acopio de fusiles de asalto y se habían pasado a la clandestinidad. Y el movimiento afroamericano había dicho aquello de que «el cielo caerá sobre nuestras cabezas antes que claudicar». En su reivindicación del secuestro, los simbióticos -que tomaron el nombre prestado de la simbiosis, término que en biología alude a los organismos que conviven en armonía- condicionaron la liberación de la chica a que la familia entregara alimentos a los pobres de California y a que los diarios de los Hearst publicaran sus comunicados.

Atracos y tiroteos

Aparte de algunas grabaciones en las que Patty afeaba a sus familiares que hacer «lo suficiente» (cuando lo cierto es que invirtieron dos millones en alimentos), poco más se supo de ella hasta que, dos meses más tarde, las cámaras de seguridad del Hibernia Bank registraron su imagen empuñando un fusil en un atraco en el que se llevaron 15.000 euros. En mayo, ya investida por el FBI como la fugitiva más buscada, participó en un tiroteo ante una tienda de deportes y, horas más tarde, la policía asaltó el cuartel general de la guerrilla, que acabó quemado. En la operación murieron seis miembros de la banda. Hearst no estaba entre las bajas, pero sí su pareja. «Nunca, ni Cujo -William Wolfe, de 22 años-ni yo habíamos amado de la forma en la que lo hicimos», dijo tres semanas después en una grabación-esquela. Cuando al año siguiente fue detenida y el policía de la comisaría le preguntó por su profesión, ella replicó: «Guerrillera urbana».En el juicio explicó la otra cara de aquellos camaradas anticapitalistas que la instruyeron en el marxismo y que luchaban por la emancipación de los afroamericanos y la abolición de las cárceles. Según su relato, durante 50 días estuvo encerrada en un armario con los ojos vendados y sufriendo abusos físicos y sexuales. Luego, confesó, una mezcla de simpatía hacia sus secuestradores, el ansia de supervivencia y la convicción de que «hacía lo correcto» la llevaron, en los 20 meses siguientes, a vivir como la guerrillera Tania, en tomado de una mujer que combatió en Cuba junto al Che.

El juez, sin embargo, no le creyó una palabra y fue condenada a 35 años. Dos años y medio más tarde, el presidente Jimmy Carter le conmutó la pena, ella se casó con su guardaespaldas y Clinton la indultó. Desde entonces, Patty, madre de dos hijas, purga su estrellato guerrillero haciendo obras de caridad y algún que otro papel secundario en películas de John Watters. Para ella, el 4 de febrero, dijo un día su marido, es un «día cualquiera».