Los restaurantes de Pau Arenós

Gelida: el restaurante que cumplirá 80 años, da de comer a 600 personas a diario y sirve 100 raciones de 'capipota'

Gerard Llopart, ingeniero, está ahora al frente del Gelida, como antes estuvieron el padre y el abuelo.

Dan de comer cada día a varios centenares y para que fluya el tráfico han abierto Migrat

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Gerard Llopart, delante del restaurante Gelida.

Gerard Llopart, delante del restaurante Gelida. / Joan Cortadellas

Pau Arenós

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Gerard Llopart ha tenido que elegir entre seguir con sus asuntos o con la memoria y el compromiso, continuar con la carrera de ingeniero industrial o hacerse cargo del restaurante que creó el abuelo Joan y que consolidó el padre, Albert, y que en el 2026 llegará a los 80 años en la misma esquina del Eixample: el Gelida. Experto en movilidad, hace una década que aceptó dirigir el tráfico del comedor y de la imprescindible terraza. «Preservar la herencia», es el resumen.

Gelida es singular entre los singulares: no admiten reservas, excepto a la discreta mesa del almacén, y cada día acogen a unos 600 comensales y venden unas 100 raciones de 'capipota', lo que requiere de formidables perolas. 

El 'capipota' del restaurante Gelida.

El 'capipota' del restaurante Gelida. / Joan Cortadellas

No hay que dar muchas vueltas: cocina popular bien elaborada a buen precio, donde la media por plato es de unos cinco euros, y con la pizarra como medio de comunicación.

Intentan desatascar la espera con Migrat, que fue La Palmera y que ha pasado a sus manos y que está al otro lado de la calle de Urgell, casi frente a frente con el Gelida.

«No fue algo buscado», explica Gerard. El propietario era vecino y cliente e insistió muchas veces en que la familia Llopart administrara el local.

Los 'gelidencs' o 'geliders' tienen apego al viejo local, y a los inmutables azulejos, y les cuesta el corto tránsito, aunque se come exactamente lo mismo: lo que sale de la cocina que pilota Teófilo Jr Saysay, conocido como Júnior

El bacalao a la 'llauna' del restaurante Gelida.

El bacalao a la 'llauna' del restaurante Gelida. / Joan Cortadellas

Migrat recibe el nombre por la masía familiar de Gelida, donde viven los padres, ya jubilados, Albert y Mari Luz, y con esta frase están todos los puntos unidos.

El negocio del abuelo Joan fue el despacho de vinos a granel, 'priorat', 'gandesa', 'penedès', 'ranci', 'moscatell', y aquí siguen, fieles a las botas: «El 90% de los vinos que vendemos salen de los toneles».

Fue la abuela Ramona la que sacó los primeros platos. Ramona trabajaba al lado, en la 'lleteria' propiedad de los Viader. En el otro extremo, una carbonería, adquirida en los años 50 para ampliar el Gelida hasta lo que es hoy. A un lado, un negocio dominado por el blanco. En el otro, por el azabache. La conquista de Joan fue doble.

El fricandó del restaurante Gelida.

El fricandó del restaurante Gelida. / Joan Cortadellas

Ramona enseñó a Cari, Cari a Santi (que se fue para abrir el Santornemi) y Santi a Bernardo (que se fue a abrir Bo de Bernat) y a Júnior, que lleva con ellos una década larga. Y siempre, siempre, la familia, primos, cuñados y la tía Maite.

Bernardo y Júnior son parientes y filipinos y ya se ha explicado otras veces la capacidad de estos trabajadores para reproducir las culinarias ajenas.

Gerard Llopart, en Migrat, de la misma propiedad que el Gelida.

Gerard Llopart, en Migrat, de la misma propiedad que el Gelida. / Joan Cortadellas

Gelida ha creado escuela en esta Barcelona bajo el yugo de la cocina foránea, que aguanta con el retén de sitios como Can Vilaró, Portolés, El Xampanyet, La Plata o La Cova Fumada, que nunca han cambiado de manos, y con nuevas aportaciones como la de Bullanga y la resucitada y rejuvenecida Gol. 

Cocina oral, no hay recetas escritas, sino el aprendizaje: sugiero que las recojan en un libro ante una fecha señalada como la cercanía del siglo. Sería la herencia de la que hablaba Gerard. En Can Migrat cultivan viñas, cuyos frutos destinan a una conocida casa de espumosos del Penedès y que algún día podrían acabar sobre estas mesas. 

Sin asustar a la clientela, «con un 80% de asiduos» y con una mayoría de veteranos, han ido «mejorando procesos», dando más relevancia a la plancha y con el chuletón como plato más caro: el medio kilo a... 17 euros.

El comedor del restaurante Migrat.

El comedor del restaurante Migrat. / Joan Cortadellas

Las primeras horas son para el 'esmorzar de forquilla', donde triunfa «el vino de Gandesa, el 'capipota' y el carajillo de ron» entre los mayores y «también el porrón de Gandesa, los huevos con chistorra y el carajillo de Baileys» entre la juventud. Los mediodías son para el trago de 'priorat'.

Llego a deshora, ni para comer ni para 'esmorzar', así que me apuntó al porrón del blanco mineral de la Terra Alta, paso de los carajillos y disfruto con el fricandó, con 'llata'; los callos, el 'capipota' y sus desparrame de gelatinas (solo 'cap': no lleva 'pota') y con un bacalao a la 'llauna' con el rebozado crujiente y unas 'mongetes' con ajo y perejil y resulta que Júnior maneja tiempos, cocciones, cazuelas y fritos con precisión. A veces, algún cliente le ha preguntado a Gerard si cocina su madre. 

Este ingeniero nacido en 1975 y que gestiona una casa de 1946 comprende que los tiempos son otros y que el Gelida no debe de ser una bola de preso enganchada al tobillo.

El padre lo vivió de otra forma, lo vive de otra forma: «Era su vida». Es, sigue siendo, la vida: aparece algunos días por la mañana y pregunta si todos están sentados y si a todos los han atendido rápidamente.

Albert es también ingeniero, pero nunca ejerció. Mari Luz le dijo al hijo que no hiciera como el padre. Y lo ha hecho. Gerard no imagina el Gelida fuera de la familia Llopart.     

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