Una historia de esfuerzo
De escapar del lugar más peligroso del mundo a endulzar la vida con los mejores pasteles (y mucho más) en Gràcia
La venezolana Candy Quintana ha convertido su pasión por la fermentación y la repostería en Handy Bakery, un obrador artesanal donde tradición, sensibilidad y técnica se mezclan en panes, dulces y fermentos
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Candy Quintana, en Handy Bakery. / Elisenda Pons

Casi todo en la historia de Candy Quintana podría servir de inspiración para una novela o motivo de anécdota. Candy —“sí, parece un chiste dado mi oficio”, comenta entre risas— tiene 30 años. ¿Solo? ¿Ya? En todo caso, vaya si ha sabido aprovechar el tiempo. Nació en Petare (Caracas, Venezuela). “Un barrio que se ha ganado la fama mundial de ser uno de los lugares más peligrosos del planeta. Y aquí estoy, en uno de los barrios más modernos y cálidos de Barcelona”, dice.
Hija de una pareja cuyo sustento era un puesto de comida callejera frente a un hospital, recuerda su infancia “jugando allí, desmigando carnes, sellando arepas, cortando verduritas”, cuenta. Insiste en el verbo jugar, porque no lo vivió como una carga, sino como una forma de divertirse.
Handy Bakery
Calle de Rabassa, 5. Barcelona
De martes a viernes, de 8.00 a 18.00 horas, y fines de semana, de 9.00 a 19.00. Lunes, cerrado.
Instagram: @handybakery_
handybakery.es
“Parece muy de relato de superación, pero mi madre se metió en la cabeza que quería ser más para su hija, y se puso a estudiar enfermería, cerca de los 40. Lo consiguió, y entró a trabajar en el mismo hospital frente al que antes vendía comida. Esa exigencia la heredé de ella.” Candy sonríe, recordando aquella niñez que mezclaba humildad con sueños grandes. Buena estudiante -“la típica empollona”-, se matriculó en Turismo en la universidad con solo 15 años. “Porque mi madre quería que me sacara un título; no veía lo de cocinera como algo serio”.
Paralelamente, entró en una escuela de cocina y empezó a hacer prácticas. “Me fascinaba”. Cuando, recién cumplida la mayoría de edad, empezó a trabajar en una oficina, lo tuvo claro: “No veía pasar el día, tenía que dedicarme a la cocina”.
Descubriendo la fermentación
El contexto del país no ayudaba. “Eran tiempos duros, sin recursos, con mucha inseguridad. Decidí venir a Barcelona en busca de otro horizonte, y conseguí una beca de estudio”. Aterrizó en la ciudad con la valentía de quien no tiene red. Su currículo se fue tejiendo en los lugares más destacados del universo 'hipster' gurmet barcelonés: Satan’s Coffee Corner, Rooftop Smokehouse, Casa Bonay… “Aprendí muchísimo: café de especialidad, pastelería, fermentación. Y eso último me cambió la vida”. ¿Por qué? No le gusta que la encasillen. “Siempre me preguntaban cuál era mi especialidad y no sabía qué decir. Eso es lo que me gusta de la fermentación: abarca de todo; pan, café, chocolate, verduras. Da mucha libertad. Ya he vivido una dictadura, así que este 'freestyle' me sienta bien”, bromea.

Uno de los bocados dulces de Handy Bakery. / Elisenda Pons
También le divierte que la gente imagine la fermentación como algo frío o científico "cuando nuestras abuelas ya hacían fermentación constantemente”.De esa mezcla entre tradición, técnica y sensibilidad nació Handy Bakery, su tienda-obrador en el corazón de Gràcia abierto hace apenas tres meses.
Obrador artesanal
“El nombre refleja lo que somos: artesanos. Hacemos las cosas con las manos, y te las damos hechas”. Handy Bakery comenzó durante la pandemia, cuando se quedó sin trabajo. Empezó a fermentar, cocinar y hacer repostería en casa; luego alquiló un obrador y empezó a vender a otros negocios. Poco a poco, el proyecto creció. Hasta que encontró este local -un antiguo horno centenario- que reformó durante un año entero. “Nos tocó rehacerlo todo.”

Candy Quintana, en el obrador de Handy Bakery. / Elisenda Pons
El resultado es un espacio que traduce todas sus dualidades. “La tienda es elegante, femenina; el obrador, industrial, pensado para trabajar. Tradición catalana y modernidad. Humildad de origen y comodidad presente.” Todo el interiorismo se ha hecho con materiales locales: muebles de La Bisbal, azulejos de Farrés, lámparas de Miguel Milà, madera de Berga...

El interior de Handy Bakery. / Elisenda Pons
Entre el perfume a masa madre y mantequilla, el local combina cartelería 'vintage', lámparas rescatadas y piezas de anticuarios europeos. “A mi pareja y a mí nos encanta coleccionar objetos con historia. Nada caro, pero todo con valor sentimental”. Uno de sus tesoros: los carteles del restaurante Brat de Londres, recuerdos de sus escapadas con su pareja (un catalán del que se enamoró nada más llegar) y que ha dejado su impronta estética en Handy Bakery.

Uno de los bizcochos de Handy Bakery. / Elisenda Pons
El desfile de clientes es constante. “Empezamos con un 70% de venta a canal profesional y ahora ya estamos al 50-50”. La clientela del barrio es fiel, atraída por la calidad, los precios contenidos y el ambiente cercano. “Usamos huevos y harinas ecológicas, productos locales y de temporada. Todo aquí tiene sentido”. Hasta las flores vienen de una tienda del propio barrio.
Pasión por las masas
La carta combina café de especialidad -“fuimos los primeros en España en tener la máquina Mavam Espresso”- con productos fermentados ('kombucha', 'ginger beer,' 'pickles'...), mermeladas, panes de masa madre y bollería con alto contenido en mantequilla. Las especialidades: 'carrot cake', 'brownie', 'cookies', 'lemon pie' y las tartas de temporada. A media mañana, bocadillos y 'focaccias'. “Cada día hacemos lo que nos apetece. Ayer, uno de queso con espárragos; hoy, otro. Los fijos son el bikini, el 'sourdough' de 'kimchi' 'cheese' y el 'tuna melt'”. Qué maravilla de bocadillos: este último combina, por ejemplo, atún, mostaza antigua, 'pickles' hechos en casa, chipotle, queso… Una locura.
Su pasión por la repostería la está llevando hacia nuevos horizontes: la creación de piezas de repostería únicas para eventos, bodas y presentaciones. Casi obras de arte. “Tartas personalizadas, bollería artesanal y un 'catering'. Me gusta hacerlo todo bien. Fui 'scout' toda la vida, y nos enseñaban que, hicieras lo que hicieras, tenías que hacerlo lo mejor posible. Eso me quedó grabado”
Del barrio más peligroso del mundo a uno de los más cálidos de Barcelona, Candy Quintana ha recorrido un camino de sueños cumplidos. Sonríe mientras habla de panes, fermentos y futuro. “Tengo muchas ideas, muchas cosas por hacer”, dice. Y viendo su energía, su dulzura y su talento, nadie duda de que llegarán -como sus pasteles- para quedarse.
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