Opinión | Una marca con controversia

Pau Arenós

Pau Arenós

Coordinador del canal Cata Mayor

¿Quién es el dueño de la Cuina Catalana?, ¿y de la Nova Cuina Catalana?

Veamos el auténtico problema: la Cuina Catalana está amenazada porque quienes deberían defenderla la han llevado al taxidermista y museizado

El mortero del diseñador Gerard Moliné.

El mortero del diseñador Gerard Moliné. / EPC

La historia que explica en exclusiva este diario es rocambolesca: ¿cómo es posible que Cuina Catalana sea una marca registrada? En ninguna cabeza cabe, excepto en la de los funcionarios que han permitido dar la propiedad de lo colectivo e inmaterial a una fundación privada.

¿Y qué significa, que alguien podría denunciar el uso comercial de la locución?, ¿que a ningún restaurante le estaría permitido anunciar, sin el correspondiente permiso, en la placa de la entrada o en las cartas o donde sea que lo suyo es Cui-na Ca-ta-la-na? Es un sinsentido. La Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM) parece ser una entidad de cachondos.

La operación de la Generalitat es la correcta y todos los esfuerzos deberían ir encaminados en conseguir la cesión a perpetuidad y, una vez lograda, olvidarse de la idea de posesión para que el término fluya sin obstáculos.

Precisamente, el registro en la OEPM sugiere lo contrario de lo que se habría buscado. A mi entender, no protege, sino que restringe. Otra cosa es que hasta la fecha nadie haya sido vetado. Y si se hiciera, ¿bajo qué autoridad?

¿Qué es y qué no es Cuina Catalana y quién lo decide? En la última edición del ‘Corpus de la Cuina Catalana’, iniciativa de la Fundació Institut Català de la Cuina i de la Cultura Gastronòmica, precisamente, la entidad privada que tiene la titularidad del concepto, aparece recogido el gaz-pa-cho, lo que abre una puerta del tamaño del Arc de Triomf.

Veamos el auténtico problema: la Cuina Catalana está amenazada porque quienes deberían defenderla la han llevado al taxidermista y museizado y el repertorio habitual en los restaurantes son cuatro o cinco platos –del fricandó al ‘trinxat’– y olvidados los centenares que recoge el Corpus, un trabajo excelente de investigación y censo.

Hay que distinguir entre la Cuina Catalana y la Nova Cuina Catalana. Los que practican la primera, que la preserven y salgan del coto de la media docena de platos establecidos y buceen y busquen las ricas particularidades del Delta al Pirineu. Los que se atrevan con la segunda, que la hagan evolucionar sin miedo, contaminándola –con criterio– con los nuevos tiempos.

Visito restaurantes de jóvenes que dicen apuntarse a la militancia tradicional y el lío es mayúsculo: mantequilla a tope, ‘beurre blanc’ como fondo, tiramisú de postre y, asomando la patita, tal vez unas albóndigas con sepia.

Acabo estas líneas y corro a registrar Nova Cuina Catalana a la OEPM, a ver si tengo suerte y me admiten el dominio. Y nadie cree que esto último vaya a suceder. 

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