ENTORNO RURAL

A por la tercera

El chef Víctor Trochi se esmera en el hotel Casa Anamaria por lograr una nueva estrella Michelin

Vista aérea del hotel

Vista aérea del hotel

ALBERTO GONZÁLEZ / Barcelona

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“¿Dónde has ido de vacaciones?” es una de las preguntas más repetidas en los reencuentros de estos días. Y a algunos nos puede resultar incluso acomplejante, especialmente si nuestro interlocutor es de los que se ha pegado un viaje por algún país remoto y exótico, mientras que nuestro presupuesto no nos ha dado ni para oler un aeropuerto. Aunque, pensándolo bien, tampoco hay que dramatizar, porque muy cerca –sin salir de Catalunya– existen destinos que no solo garantizan la desconexión más absoluta (que, al final, es lo que todo el mundo busca en vacaciones), sino que además guardan un parecido más que razonable con otros lugares bastante más alejados. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la Toscana italiana y las comarcas catalanas del Baix Empordà, Alt Empordà o la limítrofe Pla de l’Estany. Basta con comparar las fotos publicadas en cualquier red social –por ejemplo Instagram– de una zona y otra para hallar similitudes en su luz, los campos, los pueblos o las opciones de alojamiento rural. Casas donde domina la piedra y la calma, rodeadas de cultivos que, en función de la estación, van del verde manzana al amarillo pajizo.

Uno de esos recónditos valles es el que acoge el hotel Casa Anamaria, cuyo origen se remonta al siglo XIV, cuando era residencia temporal de Pedro IV El Ceremonioso, rey de Aragón y Catalunya (1319-1387). Tras la minuciosa reforma llevada a cabo en la masía y la granja original y la construcción de una mansión clásica de inspiración palaciega y de nuevos jardines y equipamientos, el establecimiento ofrece unas instalaciones exclusivas y de un lujo discreto. Solo son 28 habitaciones (ocho de ellas con cocina propia), en un complejo de 70 hectáreas, donde destacan otros servicios como la piscina, el espá, la biblioteca o la pista de tenis.

Cocina de alto nivel

Asimismo, sobresale su propuesta culinaria, al frente de la cual se encuentra el chef Víctor Trochi. Formado junto a Martín Berasategui y en el Bulli Hotel-Hacienda Benazuza (Sevilla), el cocinero obtuvo una estrella Michelin en el Skina de Marbella y otra en su restaurante Les Magnòlies de Arbúcies (Girona). Tras ser jefe de pastelería de La Arquería y de pastelería y banquetes en el Bulli Hotel, también fue galardonado por Gormetour como autor del mejor postre del mundo y como creador del mejor desayuno de hotel de España.

La suya es una cocina que transita entre lo local y lo internacional, siempre elaborada con productos e ingredientes de proximidad (muchos de ellos salen del propio huerto del hotel), sin miedo al riesgo y claros guiños a su entorno más cercano (la obra de Dalí, el mar o la tramontana, por ejemplo, son algunos de los elementos que le inspiran).

En el restaurante gastronómico (con capacidad para 32 personas), y con vistas a conseguir una tercera estrella, Trochi ofrece un espectacular menú degustación, que varía en función de los productos de temporada y su capacidad de improvisación. El cocinero, que se declara fan del 'finger food', se esmera en los entrantes: Para empezar, un trampantojo de pastilla de jabón con forma de labios, a los que hay que besar, arrastrando las especias picantes y una bolita de melón, que seguidamente se combina con una lasca de jamón. A continuación, el papel comestible (dulce) con anchoa del Cantábrico; el cucurucho de bacalao (de alga nori seca) relleno de un tartar de bacalao con crema de queso; o el típico osito de Haribo con sabor a sobrasada y miel.

Para seguir jugando, llega luego la ostra mimética, a la que hay que buscar con la cuchara dentro de un cajón lleno de pan de gamba; el 'nigiri crispy' (atún braseado con caviar beluga y una croqueta rellena de bechamel) y uno de los platos estrella: sandía, tomate y gamba. Pese a lo simple del nombre, se trata de una receta diez que, a su preciosa presentación, añade el equilibrio del granizado de sandía, el helado de tomate, la gamba marinada y el gazpacho.

Pasamos luego a los pescados, con dos especilidades. Primero, la emulsión de coco y hierbas thai con vieira braseada. Luego, el carabinero, que se presenta diseccionado en dos partes: la cabeza braseada, por un lado; y el cuerpo convertido en tartar (con pepinillos, cacahuetes y hierbas japonesas), por el otro.

Un ternísimo bocadito de kobe –que se come con las manos– marca el punto final antes del postre, bautizado como 'Cóctel': Es un festival de texturas donde se entremezcla la fruta de la pasión, la mandarina, la cereza, la naranja sanguina, la fresa natural, la sandía y el lichi. Fresco y digestivo, lo que se agradece después de esta 'maratón'.