DOS TRIPLETES

Sir Pep Guardiola vuelve a la eternidad

El City de Guardiola se corona en la Champions con un gol de Rodri

Rodri, tras el gol que da una Champions: "Jugué horrible, pero Dios me regaló esto"

Marcos López

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Lloraban los jugadores en Estambul y él, en cambio, miraba desde la lejanía. Observaba a su equipo festejar la Champions que le convierte ya en Sir. Todavía no había estado atrapado Pep Guardiola, sir Pep, por la emoción. Pero una vez recibida la Champions estalló el técnico del City, consciente de que había traspasado, de nuevo, la eternidad. Justo antes, cuando Akanji había cometido un imperdonable error, y con 0-0 en el marcador, se tuvo que arrodillar que en el césped. Suplicó que Lautaro fallara. Y Lautaro falló.

De todos los Guardiolas que habitan en Pep hay uno desconocido. Parece mentira, pero existe. Parece mentira porque del entrenador que ha guiado la revolución ideólogica del fútbol en el siglo XXI se sabe todo. O se cree, mejor dicho, conocer todo. No es así. De todos los Guardiolas que habitan en Pep, técnico poliédrico, pasional, enfermizo con el trabajo, loco de la táctica, existe uno en la intimidad que no trasciende. Uno que llevó el dolor de Oporto durante un par de años, sintiendo una debilidad, torturándose en silencio por decisiones que adoptó, viviendo un desolador paisaje de culpabilidad.

No puso a Rodri de medio centro sin saber ambos que un par de años más tarde sería el héroe de Estambul. Tampoco a Fernandinho. Y Kaverz, en aquel minuto 42 de la primera parte, hundió un imaginario cuchillo en el cuerpo del técnico del City, que profundizó de manera casi letal en lo deportivo cuando el Madrid lo sometió el curso pasado al infierno del volcánico Bernabéu.

Ahí nadie lo percibió. Entonces, no se detectó la extrema debilidad en que quedó sumergido Guardiola. No hacia los demás. No, ese no era el problema. Ni mucho menos. Era consigo mismo, cansado como estaba de pelear contra el recuerdo, cada vez más lejano y, al mismo tiempo, más pesado y asfixiante de la obra perfecta que construyó durante cuatro gloriosos años con el Barça de Messi, Xavi, Iniesta, Busi….

La reconstrucción

Estaba derrotado. Quemado y agotado Pep, tal si fuera el 2012 cuando decidió abandonar el Camp Nou antes de hacerse daño, sobre todo con la directiva de Sandro Rosell y, por supuesto, con unos jugadores a los que exprimió mental, táctica y físicamente. Una década más tarde, y tras deambular por Estados Unidos (meses de sosiego, relax y calma), Alemania (donde un ‘cruyffista’ radical como él gobernó en la casa de Beckenbauer), detectó que su etapa en Inglaterra estaba llegando a su fin. Chelsea y Madrid creían haber puesto el epitafio.

Desconocían todos ellos ese fuego interior que le llevó desde Premià, allí debutó en Tercera División con un equilibrado empate (0-0), hasta Estambul donde el gol de un medio centro, no hay mejor homenaje para él, le hizo cruzar el umbral de la eternidad, un escenario que ya pisó cuando habitaba en el Camp Nou.

Ahora, tras cambiar el fútbol inglés para siempre con la conquista del trébol (Premier, FA Cup y Champions) como su rival ciudadano, el United de Ferguson, Guardiola vive en el paraíso. Esa mirada a la Orejona antes de besarla, ya con la medalla de campeón colgada de su pecho, era el triunfo más íntimo. Guardiola había ganado a Guardiola. Y la utopía se repitió de nuevo.

"Es un genio. Me he ido a hablar con él y he querido darle las gracias, porque ha puesto mucha fe en mí, pagando muchos millones hace dos años y el año pasado jugué como una mierda, pero siguió confiando en mí", proclamó Grealish, sintetizando la obra firmada por Sir Pep. "Me alegro por él. Es el mejor entrenador del mundo", sentenció Haaland.

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