BARRACA Y TANGANA

La piscina

A veces hay que elegir y asumir que no podemos con todo, porque es la verdad: no podemos con todo

Paco Buyo, exportero del Madrid.

Paco Buyo, exportero del Madrid. / efe

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Uno de mis primeros recuerdos vitales es la boda de mi tío Moncho. Creo que mi hermana aún no existía, así que yo era muy pequeño. Estoy seguro de que había una piscina y estoy seguro también de que había unos amigos de mi tío que iban tirando gente a la piscina. Imagino que en su cabeza era espectacular y quizá en aquellos tiempos se consideraba divertido. No los juzgaré, porque el prisma cambia con los años. Entonces Paco Buyo era un porterazo y ahora ves los vídeos y dudas de si llegaba a tocar el larguero, pero bueno, mejor regresemos a la boda y a los amigos de mi tío.

En un momento dado se acercaron a donde estábamos, con la intención de llevarse a mi padre. Mi reacción fue la natural, entrar en pánico, porque además mi padre no sabe nadar y para mí estaba claro que moriría. Estaba absolutamente convencido de que mi padre se ahogaría si lo tiraban a la piscina, de que no lo volvería a ver en la vida. Lo agarré con todas mi fuerzas, en plan koala, y mezclé gritos y lloros hasta que escuché a los pseudo secuestradores decir que tampoco era para ponerse así, que se rendían, que no me iban a crear un trauma por eso, que además ya estaba media boda mirándonos, que no me extrañaría que alguno llamara incluso a la policía.

A mi padre le vine perfecto, porque no le apetecía nada lo de la piscina y me usó de excusa para quedarse fuera, que ahora que lo pienso yo hago algo parecido con mis hijos, que la gente cree que no quedo ni salgo apenas porque no tengo tiempo, porque tengo que cuidarlos y eso, pero en realidad lo de salir ya me apetece cero en esta vida.

Héroe múltiple

El caso es que los 'lanza invitados' desistieron con mi padre, impotentes ante el poder del increíble niño koala, pero cambiaron rápido de víctima y fueron a por mi madre. Ahí me vi en un brete existencial de primer orden, que recuerdo perfectamente la cara de mi madre esperando que hiciera lo mismo que antes, pero yo ya había montado un numerito, andaba con el sofoco caliente sorbiendo mocos y sobre todo temía que si soltaba a mi padre volvieran a por él. Quiero decir, a veces no se puede ser un héroe múltiple y yo ya había hecho bastante, a mis cuatro o cinco años, salvando una vida. Observé cómo mi madre se quitaba los pendientes, primero, y volvía al rato viva y feliz, pero diciendo que se le iba a estropear la ropa por el cloro. Yo seguía aferrado a mi padre por si acaso, vigilando desde lejos cada movimiento de los amigos de mi tío, por si volvían, pero no volvieron. Uno de mis primeros recuerdos vitales es el miedo a una muerte ridícula. Me acuerdo bastante de la piscina. Igual sí que me causaron un trauma, al final, con la tontería.

A veces hay que elegir y asumir que no podemos con todo, como yo aquel día, porque es la verdad: no podemos con todo, hay que elegir, y no pasa nada. A veces lo sabe mejor nuestro 'yo niño' que nuestro 'yo adulto', porque demasiadas veces nos piden y nos exigimos todo. En el fútbol, a menudo, por negar esta premisa sencilla se dan unos rodeos impresionantes. Explicaciones tácticas, teorías conspirativas o fracasos inexistentes. A veces simplemente no se ha podido, aunque hayas hecho todo para conseguirlo y no pasa nada, y ya está. Aquella piscina es el fútbol casi siempre: puedes perder, pero tranquilo que por eso no se muere nadie.