España, en estado de excepción

La selección pierde la calma y cae otra vez en el espíritu cainita de buscar culpables antes de jugarse la vida el lunes contra Italia

Los jugadores de la selección española abandoan el campo abatidos después de la derrota ante Croacia.

Los jugadores de la selección española abandoan el campo abatidos después de la derrota ante Croacia. / periodico

MARCOS LÓPEZ / SAINT MARTÍN DE RÉ (enviado especial)

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Cuando corría Perisic, ese deslumbrante croata que galopó por Burdeos, se estaba decretando el estado de excepción en España. Piqué no llegó ni siquiera con la punta de la bota, aunque pudo rozar el disparo. De Gea, el joven meta que ha sentado a una leyenda, descuidó su palo y el campeón entró en una zona tenebrosa. Tenebrosa, oscura y, a la vez, desconcertante. Iba viajando con comodidad por la Eurocopa hasta que Perisic le cambió el mapa, obligándole a fijar nuevas coordenadas en su GPS para no extraviarse definitivamente. París es el próximo destino e Italia, la Italia de siempre, defensa de hierro, poco fútbol, pero mucho corazón, aparece en el horizonte.

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Ese contragolpe croata desnudó el supuesto oficio de España –a tres minutos del final, y con un valioso 1-1, ¿qué hacían los dos laterales merodeando la casa de Subasic en vez de arropar a Piqué y el nervioso De Gea?– y la mandó al túnel de tiempo, rescatando días que se creían olvidados. Días de debate, transformada desde el gol de Perisic hasta el lunes la apacible Isla de Ré francesa en un interminable catálogo de viejos debates.

Vuelve España a su historia de cainismo, incapaz de mantener la serenidad por un inexplicable tropiezo que le ha hecho complicarse la vida. No, no fue solo el fútbol de los croatas. Fue la propia España la que se ha metido en un lío. Alza la vista desde la isla y todo se empina, llorando por lo que pudo ser una autopista hacia la final, con Polonia o Suiza en cuartos.

Italia es el primer obstáculo. Pero después vienen curvas todavía más cerradas ya que en cuartos  podría cruzarse con Alemania y en caso de superar estas cuestas emergería la figura de la Francia de Deschamps o la Inglaterra de Vardy y sus amigos. O sea, se mire como se mire, una encerrona para  España, colocada ahora mismo, y por errores infantiles, en el foco de la sospecha donde por debatir se debatirá hasta el grosor del bigote de Del Bosque.

De nada le valió su gran arranque guiada por un luminoso Iniesta porque llegó la primera y verdadera piedra y se desmoronó. No tuvo defensa alguna su caída porque perdió el balón. Y lo más duro fue perder hasta la identidad. Se apagó Iniesta y nadie supo encender la luz del juego, pese a que Silva se empeñó, con su regate y talento, en demostrar que sí que hay un poco de vida más allá de Andrés.

RAMOS, BAJO SOSPECHA

 Al lado oscuro descendieron, sobre todo, Sergio Ramos, invitado especial en el primer gol croata unido a ese decisivo penalti fallado, y De Gea, a quien ya se le vio inseguro antes incluso de recibir los dos primeros tantos del torneo. En el penalti se vio lo que es España. Para bien, el tacto de Vicente permitió mejorar la herencia de Luis, y, por supuesto, para mal.

"¿El penalti? Iba a tirarlo, pero vi a Ramos con confianza" (Andrés Iniesta)

Parecía que se decidía de manera asamblearia con Cesc agarrando el balón, preparado para tirarlo. Llegó el patrón y se acabaron todas las discusiones. «¿El penalti? Iba a tirarlo, pero vi a Ramos con confianza», reveló Iniesta, otro de los candidatos frustrados, al igual que Cesc o incluso Silva. Apareció el capitán español, el único jugador del Madrid titular e indiscutible en la Roja, y se llevó la pelota al punto de penalti.

Falló Ramos, que vivió esos minutos finales con la tortura de tan crucial error persiguiéndole, España se desplomó y Piqué, de quien dudan sin sentido alguno en cada gesto, apareció para levantar la voz. «Nunca he faltado el respeto a nadie en este país. Seguimos siendo una familia», proclamó el defensa del Barça, uno de los líderes, junto a Iniesta, de una España, recostada, muy a su pesar, en el diván. Tensa y nerviosa anda.

Italia, su enemigo el lunes, lo está aún más porque le aparecen los viejos fantasmas españoles. Los dos últimos episodios son dramáticos para la squadra azurra. Aquellos penaltis del 2008 cuando Luis inició la senda de la modernidad, a pesar de que cada derrota hace retroceder a la selección a desempolvar los tiempos de la furia. Entonces, mucho corazón, poco fútbol y cero títulos. Da la sensación de que una derrota haga olvidar el viaje y todo lo aprendido no haya servido de nada. Italia tiene, además, el recuerdo de la final perdida con España en la Eurocopa hace cuatro años (4-0), una final que ni llegó a jugar, arrasada como quedó por aquel equipo que disfrutaba con un falso nueve (Cesc).

Volverán las eternas discusiones, el ruido de siempre, la búsqueda cómoda de culpables a los que colocar en el centro de la diana, el recuerdo de Brasil-2014 y hasta se invocará al espíritu de Casillas. Pero España sabe que no hay más camino que volver a tener la pelota y jugar a fútbol. Si no lo hace el lunes, se verá haciendo las maletas de vuelta a casa antes de lo previsto.