de chernóbil a fukushima, 25 años después

Hecatombe hasta la eternidad

DOS CARAS DEL DRAMA ATÓMICO

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Dmitri Polikarpov

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Este es un viaje al lugar donde ocurrió el mayor desastre nuclear de la historia, una pesadilla que un cuarto de siglo después vuelve a llamar a la puerta. Chernóbil y sus alrededores aún sobreviven como pueden, a la espera de un costosísimo sarcófago que entierre el reactor.

Veinticinco años después de la catástrofe nuclear de Chernóbil, los ucranianos aún mantienen frescos los recuerdos de ese siniestro apocalíptico que marcó un punto y aparte en el desarrollo de la energía nuclear. Poco después del accidente de Fukushima, los dosímetros (aparatos que miden la radiación) se agotaron en las tiendas ucranianas y la demanda sigue creciendo.

«No, no me queda ninguno», esa es la frase que repite varias veces al día Alexander, de 47 años, propietario de una tienda de dosímetros en la capital ucraniana, Kiev. Los empresarios ya han vaciado antiguos depósitos de municiones con obsoletos aparatos soviéticos, así como almacenes de escasas fábricas ucranianas. Para comprar un dosímetro hay que esperar semanas. Y eso que los precios se han triplicado y los más baratos cuestan unos 300 euros.

Esa radiofobia poco explicable desde un punto de vista razonable (dada la distancia que separa Japón de Ucrania) es comprensible en un país que ha sufrido tanto por un accidente nuclear. El secretismo y la falta de información fidedigna en 1986 les costó la salud e incluso la vida a muchos ucranianos y ahora quieren medir el posible peligro con sus propias manos.

Cifras poco fiables

No existe una cifra definitiva de víctimas de la catástrofe de Chernóbil. Más de 350.000 personas fueron evacuadas de un área de 160.000 kilómetros cuadrados. A ellos hay que añadir unos 600.000 liquidadores que vinieron de toda la extinta URSS para limpiar la zona contaminada y construir la capa de hormigón sobre el reactor accidentado. Además, unos 500.000 niños ucranianos afectados por la radiactividad en 1986 todavía están pagando la negligencia de las autoridades soviéticas que no avisaron a tiempo a la población de las zonas más contaminadas con isotopos de iodo radioactivo. El Instituto de la Endocrinología de Kiev ha registrado en el último decenio un crecimiento del 500% en el número de casos de cáncer de tiroides en las personas menores de 40 años.

La explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil se debió a un experimento llevado a cabo en la noche del 25 al 26 de abril para investigar, en tiempo real, la capacidad del reactor de suministrar energía eléctrica en una situación de parada urgente (por ejemplo, en caso de un ataque nuclear). Al menos cinco comisiones especiales han investigado las circunstancias de esa catástrofe. Sus conclusiones y alegaciones pueden parecerle a uno totalmente contrarias. Mientras los constructores del reactor acusaban de lo ocurrido al personal del cuarto bloque, los responsables de su explotación insistían en que el reactor «iba a explotar tarde o temprano» debido a sus particularidades de construcción. Pese a que el juicio, en 1986, declaró culpables a varios altos cargos de la dirección de la central nuclear, los debates continúan.

Sea cual sea la verdad, lo cierto es que la causa principal del siniestro fue la mentalidad soviética de los responsables del experimento que pretendían llevar a cabo, a pesar del riesgo, para evitar problemas con sus superiores. Esa alegación se basa en las conclusiones de una investigación secreta que llevaron a cabo los agentes del KGB de Ucrania (los servicios secretos soviéticos) por las huellas frescas. «La razón general de la catástrofe ha sido la baja cultura de trabajo, la falta de disciplina y la irresponsabilidad del personal de la central», reza uno de los documentos del KGB que recientemente dejaron de ser secretos. «La explosión se produjo a causa de serias infracciones del reglamento, de la tecnología y de las normas de seguridad», escribió uno de los agentes que había interrogado a cientos de testigos.

La mentalidad soviética

Pese a que la Unión Soviética dejó de existir hace casi 20 años y Ucrania es hoy un estado independiente, la mentalidad, al parecer, ha cambiado poco. Aún hay una zona de exclusión alrededor de la instalación en la que la vida humana es imposible. El área está protegida por dos cercos de férreo control policial, a 30 y a 10 kilómetros del reactor destruido.

En el círculo de 10 kilómetros, el más sucio, está prohibido fumar, beber y comer a cielo abierto. Pero incluso algunos guías de la agencia pública Chernobilinterinform que acompañan a los turistas, ecologistas y periodistas que vienen a la zona no respetan esas reglas. «Es mi decisión personal. Comprendo que puedo morir de cáncer de estómago si llego a tragar una partícula radiactiva, pero estoy seguro de que no me tocará», explica Denis mientras bebe gintonic a sorbos de una botella.

Cada año la zona de exclusión oficialmente recibe a unos 1.500 visitantes, la mayoría ecologistas y periodistas. Pero también hay los que cruzan el control para hacer turismo salvaje. Llegan a rincones más ocultos buscando focos de radiación anómala y objetos que pueden tener valor para coleccionistas.

La zona de excepción es un verdadero campo minado. Hay áreas inmensas con niveles de radiactividad mortales que esperan su desactivación. Actualmente solo existen caminos limpios que permiten moverse por la zona. También han sido limpiadas todas las zonas donde trabaja el personal. Pero pocos se atreven a abandonar el asfalto nuevo que cubre los restos radiactivos.

En la ciudad abandonada de Pripiat, donde vivían 49.000 personas ¿la mayoría personal de la central nuclear¿, el tiempo se paró para siempre el 27 de abril de 1986 cuando evacuaron a la población. Aún que-

dan intactos incluso los uniformes de bomberos que estos se quitaron en la madrugada del 26 de abril al ofocar el incendio en el edificio del reactor, antes de ser hospitalizados. También sigue en su sitio la fábrica secreta Maiak, que producía módulos para misiles nucleares. Pripiat es un sitio único donde la época de la URSS se ha conservado plenamente, desde los nombres de las calles hasta las pintadas en las paredes, como la que afirma: «La causa de Lenin vive y vence». Sobre los dos edificios más altos en la plaza central aún se ven los escudos en metal de la URSS y de la República Soviética de Ucrania.

El centro neurálgico del recinto cerrado es el sarcófago que cubre la planta 4 de la central. La tapa de hormigón fue construida en 1986 para aguantar al menos 30 años, pero a causa de la radiación sufrió un deterioro precoz. Rusia había ofrecido llenar con hormigón el espacio bajo la tapa actual, sepultando así para siempre los restos del combustible nuclear. Ucrania rechazó este plan, cuyo coste se estimaba en 250 millones de euros, a favor de la construcción de un nuevo sarcófago, que costará 870 millones. Finalmente, los trabajos empezaron el año pasado con la colocación de los primeros 12 pilares del futuro sarcófago. Se prevé que las obras acaben en el 2015.

Pero construir la nueva capa solo es la primera etapa, la que se presenta más o menos clara. «En realidad nadie sabe cómo desmantelar luego el sarcófago antiguo y sacar el combustible nuclear», dice uno de los liquidadores del Instituto Kurchatov de Moscú que trabajó varios años en el proyecto del segundo sarcófago.

Un régimen casi militar

La falta de financiación es ahora el principal problema de Chernóbil. «La dirección de la zona de excepción está despidiendo a la gente. No hay dinero para investigación», explica Yevgueni Goncharenko, exguía de Chernobilinterinform, que dirige una web dedicada a la vida en la zona de excepción. Tras el cierre total de la central en el 2000, en la ciudad de Chernóbil, a 20 kilómetros de la planta, quedan solo unos 3.000 especialistas que se dedican a trabajos de mantenimiento y control del estado de sarcófago. El poblado vive bajo un régimen casi militar.

El personal de la zona de excepción no son los únicos habitantes del recinto cerrado. En sus tiempos mejores, la aldea de Paryshevo, a cinco kilómetros de la ciudad de Chernóbil en el cerco de excepción de 30 kilómetros, tenía 1.500 habitantes, una tienda, una escuela e incluso un club. Hoy en día, en las casas torcidas quedan solo 5 personas que volvieron a sus hogares a finales de los 80 sin permiso de las autoridades. En total, unos 2.500 residentes locales han regresado a la zona contaminada para morir en su tierra natal. Hoy quedan solo 200. Los demás han muerto o sus familiares les han llevado a vivir a otras regiones.

Una modesta pensión

Tras varios intentos infructuosos de desalojar a los samoseli (residentes sin permiso), la administración de la zona de excepción les reconoció como personas con permiso temporal para visitar el recinto cerrado. Restablecieron el suministro de electricidad a las casas habitadas. Una vez a la semana, una furgoneta les lleva productos de alimentación y cada mes reciben una modesta pensión de 80 euros. Varias veces al año a los ancianos les atienden los médicos.

«Ahora somos cinco. La semana pasada murió nuestro vecino Mijail», cuenta Ivan Semeniuk, de 74 años, un superviviente de Paryshevo. Ivan construyó en 1983 la casa donde reside ahora con su esposa, María, natural de Paryshevo. Tres años después, en la Pascua de 1986, las autoridades les evacuaron a otra región con miles de otras víctimas de Chernóbil. Pero en 1988 decidieron regresar a su tierra natal. «Me sentía mal lejos de mi tierra. Me dolía el corazón y tenía alta presión», cuenta María. Al principio la radiación les daba mucho miedo a los ancianos porque les costaba entender qué peligro significaba para ellos la naturaleza que parecía intacta por la catástrofe. Pero con el tiempo se acostumbraron. «Si la radiación no nos ha hecho daño en 23 años, supongo que no es nada», afirma mientras acaricia a su familia, que incluye a cuatro gatos.

Como es habitual entre los turistas, ecologistas y periodistas que visitan la zona de excepción, le he traído al abuelo Iván unos paquetes con productos de alimentación. Macarrones, alforfón, harina, azúcar, aceite de girasol y pan comprados en una pequeña tienda de Chernóbil le ponen muy contento al pensionista que invita a sus visitantes a un trago de aguardiente casero. Le dirijo una mirada interrogativa a mi guía que me da a entender que no hay peligro si me apetece probarlo. La finca del matrimonio Semeniuk afortunadamente se encuentra en una mancha de tierra relativamente limpia.

El primer bebé nació en la zona de excepción en 1999. Hasta la fecha, María Vedernikova continúa siendo la única niña que reside en la zona. A falta de un colegio de niños en Chernóbil, la chiquilla recibe clases privadas del sacerdote de la iglesia ortodoxa rusa, la única en la zona de excepción.