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1
Dos aspectos definen a la perfección la esencia de la medicina rural: la presencia y la escucha. No va de salvar vidas, sino de acompañarlas, de servir de imperecedero punto fijo al que anclarse en caso de necesidad. En la imagen, tendido en la cama, Damián, enfermo en situación terminal, se desahoga hablando con Mar, la enfermera. Mientras, Enrique, el médico, habla con su hija tratando de anticiparse a cómo será la vida en los meses que Damián precise de sus últimos cuidados.
2
Marisol perdió una pierna de una infección hace 30 años. Cada tres días recibe la visita de Mar, la enfermera, que cura con mimo el muñón afectado de una úlcera crónica que amenaza con infectar de nuevo lo que le queda de pierna. Desde la muerte accidental de un hijo el año pasado en el andamio le cuesta encontrar motivos para salir a la calle.
3
Las manos son, junto a los oídos, la parte del cuerpo más utilizada por enfermeras y médicos rurales. Con ellas se rompen las barreras inertes que los separan de sus pacientes. En la fotografía, la enfermera del pueblo extrae una gota de sangre del dedo de una paciente en su domicilio para hacer una prueba de anticoagulación.
4
Dori pasa la mayor parte del día en la salita, con el ruido de la televisión como telón de fondo. Hace años que no puede subir a la planta alta de su casa, y aprovecha a veces la visita de su enfermera para pedirle que suba a por algo que almacena arriba. A golpe de dolores y de miedos, ve con amargura cómo su vida se va haciendo cada vez más reducida.
5
En la residencia conviven cerca de medio centenar de ancianos, de Mirabel y de pueblos colindantes. Sus trabajadoras son también en su mayoría del pueblo. La residencia termina siendo el último hogar de muchas personas ancianas que no pueden ser atendidas en casa. Los cuidados que precisan son cada vez mayores. En la imagen, el médico intenta colocar a una residente en la postura adecuada para una exploración ginecológica.
6
En el corral de una finca de toros situada en las afueras de Mirabel, localidad próxima al Parque Nacional de Monfragüe, unas ocas se refrescan con el agua de un aguacero a principios del verano. La crudeza de las condiciones de vida en Extremadura viene marcada por la fuerza de una naturaleza que trata de abrirse paso allá donde el hombre se repliega.
7
Enrique, ataviado con el uniforme de médico de guardia, atiende a Fina en su domicilio de Serradilla, Cáceres. Fina se resigna a sus dolores y su soledad, atrincherada tras las pastillas, los retratos de sus familiares y las figuras religiosas que tanto adora.
8
Tras la guardia, el médico se debe dirigir de una localidad a otra para terminar la jornada de visitas antes de irse a descansar. Estos momentos de ensimismamiento en el coche, respirando el húmedo olor del bosque, son imprescindibles para cargar energías y dejar reposar las historias que escucha de sus pacientes. Los desplazamientos entre pueblo y pueblo para atender varias consultas en el mismo día se están convirtiendo en la norma por la falta de profesionales en los consultorios rurales.
9
Muchos consultorios rurales corren serio riesgo de ser desmantelados por la escasez de personal y la despoblación de la España Vaciada. Quizá los pueblos suponen el último reducto de una forma de entender el duro pero gratificante oficio de trabajar por la salud de la gente. El devenir de la sanidad rural va inevitablemente cogido de la mano del futuro de los pueblos.
10
Mar y Enrique son los sanitarios del consultorio de Mirabel, localidad de 660 habitantes. Ella vive en el mismo pueblo, donde trabaja desde hace treinta años. En el brote de coronavirus de Enero se contagiaron más de 40 vecinos, Mar entre ellos. En la imagen, ambos conversan de camino al domicilio de un paciente con síntomas sospechosos.
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Dos aspectos definen a la perfección la esencia de la medicina rural: la presencia y la escucha. No va de salvar vidas, sino de acompañarlas, de servir de imperecedero punto fijo al que anclarse en caso de necesidad. En la imagen, tendido en la cama, Damián, enfermo en situación terminal, se desahoga hablando con Mar, la enfermera. Mientras, Enrique, el médico, habla con su hija tratando de anticiparse a cómo será la vida en los meses que Damián precise de sus últimos cuidados.
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Marisol perdió una pierna de una infección hace 30 años. Cada tres días recibe la visita de Mar, la enfermera, que cura con mimo el muñón afectado de una úlcera crónica que amenaza con infectar de nuevo lo que le queda de pierna. Desde la muerte accidental de un hijo el año pasado en el andamio le cuesta encontrar motivos para salir a la calle.
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Las manos son, junto a los oídos, la parte del cuerpo más utilizada por enfermeras y médicos rurales. Con ellas se rompen las barreras inertes que los separan de sus pacientes. En la fotografía, la enfermera del pueblo extrae una gota de sangre del dedo de una paciente en su domicilio para hacer una prueba de anticoagulación.
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Dori pasa la mayor parte del día en la salita, con el ruido de la televisión como telón de fondo. Hace años que no puede subir a la planta alta de su casa, y aprovecha a veces la visita de su enfermera para pedirle que suba a por algo que almacena arriba. A golpe de dolores y de miedos, ve con amargura cómo su vida se va haciendo cada vez más reducida.
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En la residencia conviven cerca de medio centenar de ancianos, de Mirabel y de pueblos colindantes. Sus trabajadoras son también en su mayoría del pueblo. La residencia termina siendo el último hogar de muchas personas ancianas que no pueden ser atendidas en casa. Los cuidados que precisan son cada vez mayores. En la imagen, el médico intenta colocar a una residente en la postura adecuada para una exploración ginecológica.
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En el corral de una finca de toros situada en las afueras de Mirabel, localidad próxima al Parque Nacional de Monfragüe, unas ocas se refrescan con el agua de un aguacero a principios del verano. La crudeza de las condiciones de vida en Extremadura viene marcada por la fuerza de una naturaleza que trata de abrirse paso allá donde el hombre se repliega.
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Enrique, ataviado con el uniforme de médico de guardia, atiende a Fina en su domicilio de Serradilla, Cáceres. Fina se resigna a sus dolores y su soledad, atrincherada tras las pastillas, los retratos de sus familiares y las figuras religiosas que tanto adora.
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Tras la guardia, el médico se debe dirigir de una localidad a otra para terminar la jornada de visitas antes de irse a descansar. Estos momentos de ensimismamiento en el coche, respirando el húmedo olor del bosque, son imprescindibles para cargar energías y dejar reposar las historias que escucha de sus pacientes. Los desplazamientos entre pueblo y pueblo para atender varias consultas en el mismo día se están convirtiendo en la norma por la falta de profesionales en los consultorios rurales.
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Muchos consultorios rurales corren serio riesgo de ser desmantelados por la escasez de personal y la despoblación de la España Vaciada. Quizá los pueblos suponen el último reducto de una forma de entender el duro pero gratificante oficio de trabajar por la salud de la gente. El devenir de la sanidad rural va inevitablemente cogido de la mano del futuro de los pueblos.
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Mar y Enrique son los sanitarios del consultorio de Mirabel, localidad de 660 habitantes. Ella vive en el mismo pueblo, donde trabaja desde hace treinta años. En el brote de coronavirus de Enero se contagiaron más de 40 vecinos, Mar entre ellos. En la imagen, ambos conversan de camino al domicilio de un paciente con síntomas sospechosos.
