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Haurin Khader, de 15 años, es curada de sus heridas en el hospital Emergency de Erbil, capital de la Región Autónoma del Kurdistán de Iraq. Su cuerpo es una llaga enrojecida de carne implantada y chamuscada desde que se intentara suicidar a lo bonzo en su pequeña aldea. El amor fue la causa que destruyó su cuerpo y puso en entredicho su futuro. Cometió la osadía de enamorarse de Arcan, un primo de su misma edad, cuando sus padres ya habían pactado su matrimonio con un familiar lejano, mucho mayor que ella. Haurin es una de las escasas víctimas que da detalles sobre su suicidio frustrado. En el 90% de los casos los familiares utilizan la tapadera del accidente doméstico o del descuido para justificar el suicidio. “Me había comprometido con mi primo en secreto y se lo estaba contando a una amiga cuando entró mi hermano Barzan y me obligó a interrumpir la conversación. Venía con la intención de matarme. Me tendió una lata de queroseno, me ordenó que me la vaciase por encima de mi cuerpo y encendiese una cerilla”, cuenta la adolescente. La joven cumplió la orden, pero antes amenazó con una sorprendente valentía: “Me voy a suicidar pero voy a decirles a las autoridades que tú eres el culpable”. Su cuerpo quedó envuelto en llamas ante la pasividad de su hermano. La familia la mantuvo en casa durante dos días envuelta en emplastos de plantas y barro. Ante la gravedad de las heridas no les quedó más remedio que llevarla al hospital. Erbil (Kurdistán iraquí), abril de 2006.