Campo de batallitas

El año en que Grecia fue el Doctor No y los atenazó a todos

Una antipática perfección destructiva, pocos goles y a balón parado, y ni el más mínimo complejo por aburrir al personal. Así ganó el título en 2004 la sorprendente selección helena

deportes  PORTUGAL GRECIA EUROCOPA 20014

deportes PORTUGAL GRECIA EUROCOPA 20014

Eloy Carrasco

Eloy Carrasco

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nayim, el exjugador del Barça que fue emigrante pionero en la Liga inglesa, contaba hace un par de años en la revista ‘Panenka’ que, al poco de fichar por el Tottenham, en un partido en Anfield hizo uso de la muy española costumbre de simular daño tras un choque inocuo y, para su asombro, fue su propio capitán, Gary Mabbutt, quien al pasar a su lado le gritó: “¡Levántate, gilipollas!”.

Tres décadas después, el ‘diving’, como llaman allí al piscinazo, no solo ha dejado de ser anatema, sino que se ha convertido en una especie invasora arraigada y dificilísima ya de erradicar, en el mejillón cebra de la Premier. Tacos y trampas son lo primero que se debe asimilar en cualquier hábitat, y Raheem Sterling demostró el miércoles ante Dinamarca que, además de un estupendo futbolista, es un maestro del fingimiento, con la anuencia del VAR, que hasta ahora no lo parecía pero de pronto hemos descubierto que lo maneja Ronald Biggs desde el más allá. El fútbol, como la vida, es inseparable de la injusticia y al final lo que cuenta es el resultado. Remontémonos, si no, a la Eurocopa de 2004, ejemplar en este extremo.

Aquella edición fue extraña de principio a fin. Desde la elección de la sede, Portugal, hasta el campeón, Grecia. España partía como favorita para organizar el torneo, pero el día de la votación, en octubre de 1999, la UEFA le dio el salto y se decantó por el país vecino con unos argumentos que fueron calificados de “insultos” y de “impresentables” por la enfurecida delegación que comandaba el entonces presidente Ángel Villar.

Los portugueses, que llevaban una semana de luto por la muerte del gran símbolo del fado, Amália Rodrigues, ahogaron la pena en un baño de euforia al saberse anfitriones del fútbol europeo. Lo que no sabían es que les aguardaba una zambullida en un mar de tristeza que no habría cabido en la letra de ninguna canción de Amália.

Unas semifinales anormales

En 2004, el Oporto había ganado la Champions, un buen augurio, y Portugal jugaba en casa con un equipazo: Figo, Ricardo Carvalho, Deco, Pauleta, Cristiano Ronaldo… Pero ya en el debut algo le supo a cuerno quemado. Grecia, un conjunto sin ningún jugador destacado, un grupo de espartanos entrenados por un alemán trotado en una docena de clubs, Otto Rehhagel, le ganó el partido inaugural y dejó claro el mensaje: a ver quién sería el guapo capaz de doblarles el lomo.

Avanzó la competición, la España de Iñaki Sáez, que ya había llegado apurada por la vía de la repesca, se quedó fuera en otra primera fase aciaga y todas las selecciones históricas y laureadas descarrilaron paulatinamente hasta dejar un cuadro de semifinales anormal: Países Bajos, Portugal, República Checa y, vaya, Grecia.

Los griegos no se separaron ni un milímetro de su plan, propio del Doctor No. Una antipática perfección destructiva, con trasnochados e indesmayables marcajes al hombre, un líbero por si acaso, por supuesto pocos goles y a ser posible a balón parado, y ni el más mínimo complejo por abrasar de aburrimiento al personal. Un hueso de aceituna que se atragantaba en todas las tráqueas.

En la semifinal, liquidaron a la República Checa gracias al gol de plata, otra rareza de esa edición, un invento por fortuna de corto vuelo. Consistía en que, si un equipo marcaba en la primera parte de la prórroga, el partido no acababa ahí automáticamente, como ocurría con el gol de oro, sino que se permitía que finalizase ese periodo. Fue el defensa central Traianos Dellas quien pasó a la posteridad, el suyo fue el último gol de plata, valiosísimo para su selección, que cerró el círculo enfrentándose de nuevo a Portugal en la final.

Atenazados desde el minuto 1, los portugueses dominaron y dominaron, pero en realidad nunca tuvieron la menor opción. Por si fuera poco nefasto el día para ellos, Figo sufrió el escarnio del espontáneo Jimmy Jump, que saltó al galope al campo y arrojó en la cara del tránsfuga una bandera del Barça antes de ser detenido.

Grecia ganó gracias a su único remate a puerta en todo el partido, un cabezazo de Charisteas en un córner, clavado al de Dellas. Fue un día muy penoso para Portugal, pero también para el fútbol como diversión, como algo con lo que pasar un par de buenas horas. Llegó Grecia, apagó el tocadiscos y cualquier vestigio de fiesta se esfumó. 

Suscríbete para seguir leyendo