Campo de batallitas

Van Basten, un empeine mágico, un tobillo maldito

El astro holandés, retirado por una lesión a los 28 años, fue el autor de uno de los mejores goles de la historia de la Eurocopa en 1988

EM 1988. Finale: Niederlande - UdSSR am 25.6. in M?nchen (2:0). 2:0 durch van Basten (Hol.).

EM 1988. Finale: Niederlande - UdSSR am 25.6. in M?nchen (2:0). 2:0 durch van Basten (Hol.). / Getty

Eloy Carrasco

Eloy Carrasco

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"Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo", observó el mariscal prusiano Helmuth von Moltke en el siglo XIX. Mike Tyson, acostumbrado a ganar por KO sin mucha estrategia, adaptó el concepto a sus circunstancias, lingüísticamente más directas: "Todos mis rivales tienen un plan, hasta que les doy la primera hostia". Aplicada al fútbol, la noción táctica, cuya autoría se pierde en un infinito cruce de citas, la enunció algún entrenador resignado, aunque simpático: "Yo coloco bien a mis jugadores en la pizarra, mi planteamiento es perfecto, lo que pasa es que cuando empieza el partido ellos se mueven".

Todos los defensas que se enfrentaron a Marco van Basten (Utrecht, 1964) tenían un plan para amarrarlo, seguramente un plan muy concienzudo, pero el condenado era un as del escapismo. Los centrales sabían bien que controlaría así y se intentaría ir por allí, que amagaría con colocarse aquí para luego aparecer acullá, que correría en diagonal para recibir de frente, y cuando, al fin, hubiera amansado el balón ya dentro del área, sería demasiado tarde. Adiós, plan. Marco el sigiloso siempre se las apañaba para desbaratar los contravenenos que sus rivales habían preparado, tal vez incluso a costa de horas de sueño.

Del único del que Van Basten no se pudo escabullir fue de su tobillo derecho, que lo jubiló con 28 años, después de cuatro operaciones y todo un surtido de tornillería ortopédica para intentar arreglarlo. Lo cuenta en su autobiografía, ‘Basta’ (Libros del Kultrum), sin escamotear ni un gramo de crudeza, como los penosos viajes al cuarto de baño gateando para no correr el menor riesgo de apoyar el pie, ni despertar a su mujer de madrugada, en medio de grandes padecimientos. La desgracia lo inhabilitó demasiado pronto, pero aun así tuvo tiempo de ganar tres Balones de Oro (1988, 89 y 92) y de pasar a la historia del fútbol holandés únicamente superado por un dios, Johan Cruyff.

Su último partido fue muy doloroso, literal y figuradamente. En mayo de 1993, después de apenas haber jugado aquella temporada por culpa de la dichosa lesión, la fuerza mayor de una final de la Champions impuso medidas desesperadas: una inyección calmante, y al campo. No estuvo bien, era imposible, un suplicio. Resistió 86 minutos antes de que Fabio Capello lo sustituyera, y su Milán perdió ante el Marsella, con una cabriola de pitorreo añadida: el gol de la derrota lo marcó Basile Boli, el defensa central que lo vigilaba a él. Los pajaritos disparando a las escopetas que dijo Valdano serían algo así.

Le dio tiempo también de firmar una capilla Sixtina de la Eurocopa, en 1988. Irá a gustos, pero la volea de Van Basten en la final contra la Unión Soviética tutea a la de Zidane contra el Bayer Leverkusen en la Champions. En aquel torneo empezó en el banquillo. Rinus Michels no lo veía fresco –salía de una lesión, para variar– y no lo puso en el debut, también contra la URSS. Perdieron, así que vinieron las prisas y el míster le dio la titularidad en el siguiente partido, ante Inglaterra: ganó la 'oranje' por 3-1, los tres de Van Basten, que sacó el repertorio completo: grácil, rápido, oportuno. Acabó como máximo goleador, con cinco, y Países Bajos se llevó el título, el único de su palmarés. Aquel remate ante Dasaev fue la rúbrica de un estilo.

Qué grandes planes tenía el fútbol para este hombre de empeine mágico, y qué hostia tan cruel le dio su tobillo derecho, el traidor inesperado.

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