BARRACA Y TANGANA

Fantasía y realidad

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x / MARTIN MEISSNER / POOL

Enrique Ballester

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El fútbol es una fantasía. En ella proyectamos ilusiones y miedos, ambiciones propias y ajenas, identidades, amores y odios, a menudo como si fuera una película o una serie de televisión. Elevamos a los protagonistas de algo real, con frecuencia, al plano de la ficción. Confundimos a los futbolistas con superhéroes, y no lo son. Confundimos a los futbolistas con robots, y tampoco lo son. Nos confundimos tanto que de vez en cuando llega una bofetada de realidad y no sabemos cómo reaccionar. Tenemos que decir la nuestra, cuando lo mejor es apartarse y callar.

Era un sábado de Eurocopa, uno normal, con partidos nada memorables en realidad. Un sábado tedioso y por tanto fenomenal, porque ya sabemos que aburrirse es un privilegio a partir de cierta edad y que lo mejor que puede pasar, casi siempre, es que no pase nada ya. Pero pasó. Pasó algo que pasa de vez en cuando pero nunca piensas que puede pasar. Eriksen se desplomó y de golpe toda esa fantasía que gastamos con el fútbol, toda esa construcción tan falsa como cómoda se evaporó. Lo que veíamos por la tele no era una película ni una serie de ficción.

Sentirse estúpido

Los que nos dedicamos o nos hemos dedicado al periodismo deportivo, yo diría que todos, lo hemos hecho alguna vez. Hemos tirado de metáforas bélicas, hemos exagerado con los equipos que se juegan la vida, hemos dado una importancia desmesurada a esto tan primitivo y a la vez sofisticado que aún se llama juego. Después sucede algo de veras importante y nos sentimos estúpidos. Nos sentimos un poco ese payaso triste que se ve obligado a hacer reír a los demás, cuando por dentro solo quiere llorar. Nos sentimos ridículos, la verdad. Pero pronto se nos vuelve a olvidar.

Cuando Eriksen cayó al césped y vimos lo que se vio, el fútbol volvió al plano de la realidad. Y la realidad es a menudo angustiosa y difícil de sobrellevar. Cuando, pasado un rato, y aún bajo la sombra de la preocupación, vimos que el partido se reanudaría, el fútbol se instaló otra vez en la broma de la fantasía, como producto de evasión. Entonces pensé que el fútbol había perdido una gran ocasión para demostrar que no es Netflix, que no es un videojuego, sino algo mejor. Algo crudamente humano y veraz.

Pero no, asido a las buenas noticias que llegaban desde el hospital, el fútbol continuó. Quizá porque los que mandan nos conocen o quizá porque era lo mejor. Por qué tendría que juzgarlo yo, que escribo esto porque pienso esto, nada más, entre el parón y la reanudación, porque tenemos que decir la nuestra, cuando lo mejor sería apartarse y callar. Pienso ver el partido desde el sofá, además, y me siento bastante ridículo una vez más. Pero pronto se nos vuelve a olvidar.

Tan pronto se nos olvida que me está ocurriendo justo ahora, tal y como acaba la publicidad. Veo a los compañeros de Eriksen en un círculo, abrazados, los veo animarse y observo la ovación de los aficionados daneses, lo veo todo y me creo lo que nos cuentan, que es un homenaje y que han pedido jugar. Y no sé si es lo que creo o lo que necesito creer, y en el fondo qué más da.

Que todo acabe bien. En la fantasía y en la realidad.