Ante el tsunami psiquiátrico de la pandemia
Hace unas semanas, Ximena Goldberg no pudo coger el metro porque alguien se había tirado a las vías. “Ya hemos empezado”, pensó esta psicóloga argentina afincada en Barcelona.
Goldberg cree que la pandemia tiene una ola oculta: los problemas psiquiátricos que está desencadenando. Esta investigadora del Institut de Salut Global de Barcelona (ISGlobal) es coautora de un informe que advierte del tsunami que viene.
Goldberg lidera el grupo de salud mental del proyecto COVICAT, que investiga el impacto del covid-19 en la población catalana. El malestar mental tiene en la pandemia un contexto perfecto. Pero su impacto se puede limitar si ese contexto se modifica con medidas a favor de la salud psíquica, según Goldberg.
Un entorno de apoyo es fundamental en las situaciones psiquiátricas, como ha descubierto a lo largo de su carrera. Goldberg recuerda un caso que encontró en el Hospital Parc Taulí, donde entre 2016 y 2020 estudió el efecto neurobiológico en la mujer de la violencia ejercida por el compañero íntimo.
En el estudio conoce a una mujer que ha huido de su pareja, que la maltrataba hasta la violencia física.
Un año después el divorcio está en marcha. Entonces la mujer comienza a tener episodios de pánico y desarrolla fobia social.
Las interacciones sociales le provocan ansiedad, ya sea hablar en público o con los profesores de su hijo. Pasa a tomar somníferos y ansiolíticos para aliviar los síntomas de su trastorno de ansiedad.
Sus compañeros de trabajo le ayudan. Le proponen ensayar con ellos las presentaciones antes de enfrentarse a una gran audiencia.
Al cabo de un tiempo da una presentación pública con éxito. Siente que está recuperando el control y consigue dejar las pastillas.
Goldberg se licenció en psicología en 2002, en la Universidad de Buenos Aires. Luego, hasta 2007, trabajó a primera línea en el Hospital Psiquiátrico Moyano.
Recuerda, por ejemplo, una persona con trastorno bipolar. En un momento estable era perfectamente normal. Pero tenía unos ciclos que le llevaron incluso a tirar una televisión de la ventana de una octava planta de un hotel.
En el año 2000 se terminó de codificar el genoma humano y luego se empezaron a identificar variantes genéticas asociadas con condiciones psiquiátricas.
En 2006, empezó a formarse en neurobiología en la Washington University de St. Louis (USA). Y en 2007 pasó a la Universitat de Barcelona, donde hizo un doctorado sobre la genética de los pacientes con esquizofrenia. También se topó con parejas de gemelos monocigóticos (o sea con el mismo ADN) en las cuales, sin embargo, solo un miembro de la pareja tenía una condición psiquiátrica.
"Por ejemplo, el impacto del maltrato durante el infancia está mucho más claro que el de las variantes genéticas, aunque hay cierta modulación genética de ese impacto. Las experiencias tienen la capacidad de modular nuestra salud mental de manera muy clara”, comenta Goldberg.
Hacia el final de su doctorado, en 2012, los grandes consorcios internacionales de análisis genómico ya empezaban a darse cuenta de que la capacidad predictiva de las variantes genéticas para las condiciones mentales es bastante baja.
A eso dedicó Goldberg su posdoctorado, llevado a cabo entre 2012 y 2016 en el IDIBELL (Hospital de Bellvitge). Allí analizó muestras de sangre de pacientes con depresión y ansiedad, tomando en cuenta aspectos ambientales como el género, las condiciones socio-económicas y eventos adversos como el mal trato infantil. De allí pasó al Parc Taulí, donde investigó la violencia de género, hasta el año en que inició la pandemia.
Con todo este bagaje, ahora Goldberg se prepara a encarar los efectos psiquiátricos de la crisis del covid-19.
El que sigue es el vídeo de la conversación que Goldberg mantuvo con EL PERIÓDICO