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"Y Barcelona floreció de nuevo ante los ojos de los que la vivían cada día"

La plaza frente a la Catedral convertida en zona de juego infantil. 

La plaza frente a la Catedral convertida en zona de juego infantil.  / Sergi Bernal

Pilar Ortega

Érase una vez una ciudad con vistas al mar. Era alegre y llena de vitalidad. Su clima era excelente y sus calles rebosaban de cultura y rica gastronomía. Tenía todo lo que una ciudad podía desear. Se la adoraba, allí donde se la nombraba. Ella lo sabía y cuidaba su aspecto para no defraudar. Le encantaba ser observada y recibir halagos de todo aquel que venía de lejos. Su fama crecía sin limites y con ella, su orgullo y pretensión.

Tanto se amó a sí misma, que olvidó a aquellos que la vivían cada día. Sus fieles ciudadanos se sintieron decepcionados y dejaron de mirarla. Pasó el tiempo y un día, sin nadie esperarlo, se apoderó de ella una terrible pandemia, que le arrancó su belleza, dejándola desolada. Ya nadie quería venir a verla. Le tenían miedo. Ella lloraba desconsolada al ver sus calles vacías, sin nadie que aclamara su belleza.

Sus ciudadanos, contagiados de la tristeza que transmitía, la quisieron ayudar para no dejarla ahogarse en sus lágrimas. Y la empezaron a pasear, a querer, a admirar, a escuchar como tantos extraños habían estado haciendo antes. Ella se dejó querer, sintiendo en cada uno de sus rincones el amor de su gente. Y floreció de nuevo ante los ojos de los que la vivían cada día.

Barcelona, t'estimo.

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