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"A vueltas con el permiso menstrual"

Mujer trabajando en una factoría Ford de Valencia

Mujer trabajando en una factoría Ford de Valencia / Miguel Lorenzo

Hace ya décadas que, ante sus desastrosas consecuencias sobre el empleo femenino, los nórdicos optaron por rectificar las políticas laborales basadas en las diferencias biológicas. Desde entonces, estos países, considerados referentes en materia de igualdad, se han centrado en promover modelos no androcéntricos. Es decir, lo suficientemente inclusivos para que la participación de las mujeres en igualdad de condiciones no requiera un trato especial.

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Por eso sorprende que a estas alturas se nos presente la implantación de un permiso menstrual como una medida innovadora. La idea proviene de Japón, el país con la brecha de género más profunda entre las economías avanzadas y muy por debajo del promedio mundial en igualdad salarial y presencia de mujeres en puestos directivos. En un escenario poscovid, en el que el paro femenino se ha disparado por encima del masculino ¿de verdad nos parece feminista 'encarecer' a las mujeres a ojos del mercado de trabajo?

Normalizar la menstruación no pasa por pequeñas concesiones que nos penalizan, sino por garantizar el derecho a que un proceso natural no conlleve empobrecimiento ni pérdida de calidad de vida. Reducir la fiscalidad sobre los productos de higiene íntima o fomentar la flexibilidad horaria son asignaturas pendientes que contribuirían a socializar los costes y a normalizar aquello que atañe a la mitad de la población. Son medidas lógicas y efectivas, pero que quizá no ofrecen el tipo de titular llamativo que últimamente demanda la política.

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