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"Vindico al buen hombre latinoamericano que vino de chófer de autobús para convertirse en político"

Mujeres aymarás mastican hojas de coca mientras Bolivia celebra el Día Nacional del Acullico en La Paz. El acullico es la bola de hojas de coca que se masca para extraer su jugo.

Mujeres aymarás mastican hojas de coca mientras Bolivia celebra el Día Nacional del Acullico en La Paz. El acullico es la bola de hojas de coca que se masca para extraer su jugo. / Jorge Bernal / AFP

Vindico al buen hombre latinoamericano que vive y padece la magia de sus gloriosos antepasados bolivarianos y hasta llega a creerse que le pertenece una protección mística.

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Cuando este hombre se brinda a la suerte de su pueblo y a los más necesitados de su buena suerte, piensa haberse ganado el privilegio de pensar que es libre e independiente de toda fuerza extranjera. Entonces, es capaz de cantar y bailar como el precioso animal que domina los llanos y las cumbres de su patria. Este hombre que hace temblar a sus ojos con un fervor legendario y reza, ama y le habla a los pájaros que se van agotando, conoce al mundo que le ha tocado vivir. Se sabe la más frágil virgen amenazada con una perpetua violación. Pero no le teme, estaba en su destino y la enfrentará como una muerte tan legítima como la vida.

Este buen hombre latinoamericano no obedece al que lo llama bastardo. Por ello, en él se refugian las mayores riquezas del continente. Y, por estos tesoros, todos los desobedientes son puros bastardos a eliminar para darle curso honorable a los lacayos, también latinoamericanos, que, inútilmente, sueñan con parecerse a los amos imperiales porque, igualmente, esos serán llamados bastardos cuando convenga señalar sus miserias.

Vindico al buen hombre latinoamericano que vino de chofer de autobús para convertirse en político, diplomático, ministro y presidente de uno de los países más ricos del mundo y, creyendo que tal riqueza es para compartirla, y no para amasarla como hacen los Grandes Bancos y los países llamados 'grandes', cumplió su don con los más pobres de América.

Y, como el buen hombre latinoamericano es digno al no aceptar las imposiciones de un mundo vergonzoso, todos con la cabeza baja a la orden de otra de las locuras convenientes puestas en la Casa Blanca. Así, el buen hombre latinoamericano, que imagina tener el mismo derecho que todos los presidentes de los países independientes -cuidar la dignidad de su país-, debe irse, porque nunca los bastardos pueden ser dignos.

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