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La vergonzosa táctica del 'tú calumnia, que algo queda'
Vengo observando que la calumnia -es decir, "la imputación falsa a una persona a quien se culpa de un hecho delictivo, a sabiendas de que este no existe o de que el imputado no es el que lo cometió"- parece dominar nuestra sociedad. No pasa factura a sus ejecutores. Calumniar sale gratis, casi siempre. Es una táctica vergonzosa la del "Calumnia, que algo queda".
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Estoy avergonzado que sea así. Pienso que debería estar duramente penalizado, por leyes y sobretodo -como diría J.S. Mill- por la opinión pública. Una sociedad sana no puede consentir la calumnia, que es una violación: la del honor de alguien.
Una especie distinta es la murmuración, que a mí también me da asco. En este caso, se la define -por ejemplo en la inevitable Wikipedia- como el "hablar de alguien o algo, generalmente de forma desfavorable, sin que la persona en cuestión esté presente". Puede ser que se diga quizá una verdad, pero se niega a la víctima la posibilidad de defenderse o de clarificar la cuestión. Nuestras redes digitales sociales facilitan ahora, en ambos casos, el repelente anonimato de los que "tiran la piedra y esconden la mano".
Casi cada día aprecio murmuraciones y calumnias -en los medios, en boca de ciertos políticos, etcétera- que me dejan muy mal sabor de boca. Me pregunto si no hay ningún fiscal o juez valiente -¿queda alguno?- que afronte esas lacras sociales en concreto.
No sé a quién más acudir: se supone que solo "ellos" -además de los que nos dedicamos a la docencia o la ética- son quienes velan por la salud colectiva.