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El vehículo particular: ¿es necesario el individualismo en los desplazamientos?

Tráfico en la Ronda de Dalt de Barcelona.

Tráfico en la Ronda de Dalt de Barcelona. / RICARD CUGAT

Una observación precisa vale más que una experiencia repetitiva. De esta manera, se puede llegar a la conclusión de que aquello que es favorable por parte personal puede llegar a ser nocivo en el comunitario ámbito social. Desde hace varias décadas, el ejemplo que mejor ilustra la promoción de un producto al alcance de casi todos pero con consecuencias tan nefastas como deplorables es la explotación masiva del motor de explosión, más conocido como vehículo utilitario (o de lujo). 

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Convendría hacer autocrítica. Si vivimos en una localidad bien comunicada, ¿hemos de apostar por el imperante y subjetivo yo cuando tengamos que desplazarnos? Por extraño que lo parezca, a día de hoy el coche es más sinónimo de apariencia ostentosa que de simple necesidad. Y ahora no es raro trabar conocimiento con personas que no pueden sufragar su alquiler o hipoteca pero continúan efectuando sus desplazamientos cotidianos en vehículo particular.  Más de un barrio humilde o periférico español recuerda, cada vez más, a las zonas pobres de países como Venezuela, Brasil o Tailandia, donde existe un extraño fenómeno: la convivencia de viviendas muy precarias con coches de lujo.

Afortunadamente, la ecología es de las mejores apuestas por el futuro. Están bajando las matriculaciones y es muy posible que el porvenir del humeante tubo de escape cambie por la más limpia fuerza eléctrica.

Hay un relato dirigido al público infantil, sin más idea que concienciarlo sobre el mundo de la automoción (y su mantenimiento), escrito por el narrador catalan Narcís Ramió i Diumenge titulado La màquina del diable, donde detalla, tanto crítica como humorísticamente, los inicios del los vehículos a motor. El egoísmo en el transporte ha dañado nuestra identidad, perjudicando nuestro entorno vital.

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