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Una ética para la pobreza
Una mujer sin techo duerme en un banco de la Gran Via de Barcelona. / RICARD CUGAT
Francesc Reina
Pierre Bordieu descubrió una violencia simbólica en relatos nocivos que perduran en el tiempo imponiendo una antología de sentimientos ahogados. Estas semanas se ha recordado en el mundo la erradicación de la pobreza, ese estigma que algunos se obstinan en comparar con el vicio, la torpeza o la vagancia.
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La 'apororofobia', como lo llama Adela Cortina, es el rechazo a la desgracia, miedo a que algunos nos quiten derechos... Un relato injusto que se escribe desde fuera porque la parte protagonista no suele hablar.
A quien siente odio o miedo se le engaña fácil, es el arma perfecta de los totalitarismos. Sorprende que habiéndose demostrado que bancos, compañías de luz o constructoras petroleras se hayan lucrado, en connivencia con políticos, de nuestros sacrificios, se siga admirando a los ricos. Esa reflexión la hizo el primer economista de la modernidad, Adam Smith, inspirado en San Mateo quien dictó aquello de que se les quitaría a los que no tenían para dárselo a los que tienen. Un mal asunto que sigue vigente, como un tiro en el pie, como un dolor de muelas, como esa enfermedad que no se cura.
Es peligroso creer que hay una sola manera de contar el mundo y sus cosas, una engañosa historia única que no permite contrastes. Popper lo llamó principio de falsedad: esos mensajes dirigidos por el poder que narra la historia como le da la gana, a base de supersticiones y cuentos que los humildes creyeron para crear barreras que nos siguen impidiendo ver la realidad más allá de lo obligado.
La ética social nos urge a rechazar el disparate de culpar a los vulnerables de su situación, cuando sabemos que formamos parte de una organización social poco generosa. Una sociedad que desprecia a quien fracasa invita a una canción urgente hecha de muchas lágrimas. No nos debería pasar de largo la pérdida de derechos laborales, los fuegos canallas en lo más verde, la escasa red social... Lo que pasa es que no sabemos lo que nos pasa, decía Ortega.
Respetar la dignidad de las personas sugiere rechazar el mito de hacer responsable de su miseria a la gente más necesitada, una táctica mísera con tufo a polvo de penumbra. La empatía contra los golpes debiera suponer, en primer lugar, ponernos frente al espejo para ir reconociendo, uno a uno, todos nuestros defectos. Una mirada ética para empezar.
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