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"El tiempo que paso con mi abuela será mañana mi tesoro"

Abuelos y abuelas de la residencia Sant Josep de Cassà de la Selva enseñan canciones tradicionales a los estudiantes

Abuelos y abuelas de la residencia Sant Josep de Cassà de la Selva enseñan canciones tradicionales a los estudiantes / JOAN CASTRO / ICONNA

La vida no cesa de dar vueltas y no quiero que me pueda reprochar que no supe apreciar aquello que un día tuve.

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Así que hubo una vez, hace ya unos años, que decidí exprimirlo al máximo: no hacer planes los sábados por la mañana por más seductores que pudiesen ser. Hay amigos que me dicen que por qué lo hago, que piense más en mí. Para vosotros puede haber otro momento pero para  ella, no. Y es que ya lo hago, ya pienso en mi, ya aprovecho ese tiempo invirtiéndolo en ella. Mi yaya, mi abuela, pongámosle el nombre que cada uno quiera.

Sé que cada sábado que paso con ella, la mayoría soleados pero también algunos fríos, forman un calendario particular. Los sábados en el mercado, yendo a comprar, viéndola charlar con amigas, vecinas o con conocidos del pueblo, oliendo su café, sentándome con ella mientras desayuna. Esos tours son una auténtica experiencia que no se puede pagar ni con todo el dinero del mundo. Confieso que me ruboriza escucharle decir que no tiene una mejor compañía para ese día. Y yo, por vergüenza y emoción, no logro decirle gracias por elegirme.

Veo en cada una de sus arrugas una lucha por vivir, el no rendirse jamás, el no desfallecer y seguir sacando fuerzas de flaqueza, señales de risas y llantos, de sudor y satisfacción, de historias que guardar y contar, de batallas ganadas o perdidas. La admiro porque subió, y lo sigue haciendo, la montaña de la vida. Me da la mano y noto la tierra trabajada, su sonrisa de complicidad, su mirada de paz, sus consejos, su verdad. Me siento a su lado en el sofá a escucharla y el tiempo se para porque no hay melodía mejor.

El tiempo dentro del reloj de arena siempre resta y todo lo que pueda vivir y aprender de ella, mañana será mi tesoro. Y eso no hay quien me lo pueda arrebatar. Y mientras el maldito tiempo no se agote, quiero seguir viéndola abrir los ojos mientras pasan veranos e inviernos, porque no me quiero perder ninguno de sus parpadeos. Dicen que el tiempo se escurre entre las manos como arena que quieres atrapar, pero no me importa si lo que me espera es su mano.

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