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Tomar consciencia de la infelicidad, primer paso para ser felices

Momento de paz ante la playa del Bogatell, en Barcelona.

Momento de paz ante la playa del Bogatell, en Barcelona. / EDWIN WINKELS

Dicen que Copérnico sufrió un gran complejo cuando orquestó aquel baile entre la Tierra y el Sol; sabía que el establishment científico, filosófico y religioso le juzgaría.

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Sobre el origen de la infelicidad una teoría explica que centenares de millones aprenden a pensarse inferiores. Lo pagan bien caro las generaciones de la precariedad, también las que intentan saltarse los límites establecidos.

De las historias contadas en la cola del paro o en los centros de colocación, se intuye un marco de atención más social que psicológico, una conexión íntima entre la vulnerabilidad y la política: siempre las mismas caen con la delicadeza trágica, a plomo sordo, frente al expediente que pasa de mano en mano. Los empleados y desempleados estructurales se culparán de su suerte, una excusa más de los débiles que no tienen más remedio que portarse bien.

Hace tiempo que el control a la clase subordinada, para no rebelarse en su miseria, promocionó la creencia de que tenemos la capacidad de ser aquello que queramos. Ese voluntarismo mágico impulsado por 'expertos' reemplazó al vértigo por las historias positivas; un despropósito desconectado del paisaje, melodrama seco apegado a la idea de que no hay razón para el malestar pues cada uno responde de su miseria.

En el triunfo de la impotencia, los buenos para nada sienten su identidad tristemente certificada y muy lejos para tomar conciencia de sus derechos. La desesperación y la depresión son caras de una misma moneda: a una aún no se le nubló la energía, la otra es un salto al vacío, un ramillete de flores marchitas.

Transformar el sufrimiento en capacidad es alcanzar solidaridad, abrazos tras un desahucio; caricias más que fe, dijo el Papa Francisco. Lo cierto es que es difícil ocupar espacios comunes, hacer algo por el clima, borrar el racismo...

Se puede intentar la felicidad, cambiar la desafección en empatía, aunque no podamos parar la guerra, ni malas finanzas, ni armas. Cuidando los barrios y sus gentes.

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