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El soberanismo condena a guillotina a Montesquieu
Una imagen de la fachada de la Ciutat de la Justicia. / ALBERT BERTRAN
Mario Martín
El siglo XVIII en Francia estuvo marcado, entre otras cosas, por el pensamiento de Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, reconocido universalmente con el nombre de su título, por mérito de su obra como filósofo y jurista, e inspirador del espíritu critico de la Ilustración Francesa. Fue el padre del concepto de la separación de los poderes en el Estado, cuyo precepto ha sido armazón indispensable en las democracias avanzadas hasta nuestros días.
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Más de 250 años después de su muerte, el pensamiento de Montesquieu y su concepción de la división de poderes es puesto en duda, cuando no directamente pisoteado, por los partidos soberanistas catalanes. Exigen, como condición para apoyar los presupuestos del Gobierno de España, la libertad de políticos presos en base a procesos judiciales en marcha; lo cual es tanto como entender, y asumir, que la autoridad judicial está sometida a decisiones del poder ejecutivo y que, por tanto, el gobierno presidido por Pedro Sánchez puede decidir en el campo de la justicia, no reconociendo la independencia de esta respecto a aquel. Parece ser que el condicionante del apoyo del PDeCAT a los presupuestos presentados para el año 2019 se le ha deslizado a la vicepresidenta en ejercicio, Carmen Calvo, dentro del marco de los contactos mantenidos con relación a la senda de déficit en el Congreso.
Montesquieu marcó una de las bases más reconocibles de los estados modernos en el mundo con su principio sobre la división de poderes y la independencia de justicia, abriendo paso a la Ilustración. Pero el relato incubado durante tantos años por el soberanismo parece llevar inoculado dentro de sí el grito interesado y desgarrado de ¡Montesquieu ha muerto!, sometido a los propios intereses, quizás, porque más allá de todo, la razón principal de la idea vendida a la gran masa social bienintencionada de seguidores resuma su clave en el concepto de la conocida cita de "Todo por el pueblo, pero sin el pueblo" y la esencia de lo que se quiere trascender como el reconocimiento a un derecho no sea más que despotismo y no ilustración.
Hurtar la independencia judicial a la división de poderes del Estado, supone llevar el pensamiento de Montesquieu y los cimientos de las democracias avanzadas a una peculiar guillotina, casi trescientos años después.
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