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Rita Barberá: La muerte no hace distinciones

Rita Barberá sale de su domicilio, en València.

Rita Barberá sale de su domicilio, en València. / MIGUEL LORENZO

José Minguell Calvo

El peor de los finales. Ese día en el que nada importa ya y no da tiempo, por mucho que se empeñe el director que proyecta toda nuestra vida en un instante, a recordar ni los buenos ni los malos momentos.

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Lo cortés no quita lo valiente y, a pesar de todo, uno no se alegra en absoluto de la muerte de nadie, sería lo último. Pero heme aquí, casi unos dos meses después de citar a Rita por su decadente comportamiento, que escribo unas letras acerca del final de sus días.

Soy culpable, lo reconozco. En silencio, la disconformidad era manifiesta y mi ética, casi impoluta, se extrañaba del quehacer de personajes públicos como ella. No comprendía la impunidad y el descaro con el que la gente, señalada y con altos índices de sospecha, podía, casi a su antojo, hacer y deshacer lo que se supone que es impensable o intocable.

Pero, ¡ay, amigo!, la dama negra con afilada guadaña no entiende de edades, condiciones ni moralidades. Es el peor final para cualquier ser humano que se precie, pero imagino que especialmente para alguien que lo fue todo en su ciudad, en su comunidad, y que en poco tiempo pasó de la alegría a la palidez más absoluta.

Descanse en paz quien tuvo un pequeño mundo particular a sus pies y ha acabado como acaban todos con el tiempo, por mucho que sean, por poco que hagas.

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