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De nuevo, polémica servida con el pesebre del Ajuntament de Barcelona

Pesebre de la plaza de Sant Jaume.

Pesebre de la plaza de Sant Jaume. / JULIO CARBÓ

Un año más, la polémica está servida con el pesebre del Ajuntament de Barcelona. Si queremos ser serios, hay que precisar que históricamente el Ayuntamiento realiza dos pesebres: uno tradicional en el Museo Marés, que muestra de forma fidedigna la iconografía religiosa del pesebre, y otro artístico, que viene a ser la interpretación de un artista, que cada año es diferente, y que no elige el alcalde o alcaldesa de turno, sino el Institut de Cultura mediante un concurso público.

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Con una mirada a la altura del siglo XXI desde una ciudad diversa y cosmopolita como Barcelona, me resulta sospechoso que determinados medios de comunicación y ciertos colectivos con acceso a hemeroteca, un año más, esta iniciativa les sorprenda.

Hay determinadas tradiciones religiosas que, como sociedad judeocristiana, hemos integrado en nuestra cultura popular. Ocurre con el pesebre, con la Semana Santa, con San Juan y con muchas otras efemérides en las que no hace falta ir a misa los domingos y comulgar para celebrarlas.

En el caso del pesebre, desde San Francisco de Asís, existe toda una tradición que va desde su sentido más puramente iconográfico y religioso, pasando por toda una tradición artesanal que ha creado mercado y toda una cultura artística y popular a su alrededor, y, por qué no, una generación de artistas que lejos de rechazar la tradición quieren experimentar con ella.

En una ciudad diversa como Barcelona, cuna del modernismo, epicentro de la innovación tecnológica, lienzo del arte urbano y mil cosas más, a mí no me resulta tan extraño que se conceda un espacio para este tipo de experimentación artística en la vía pública y, además, en uno de los momentos más importantes del año.

Podremos cuestionar la dotación presupuestaria para esta iniciativa, los criterios del concurso, la interpretación del artista... Pero igual que la extinción de una lengua se evita escribiéndola, hablándola y adaptándola a la época, la extinción de una tradición como el pesebre también se puede evitar cuando se experimenta con ella, cuando se cuestiona, cuando se adapta a un nuevo lenguaje, cuando se ofrece una nueva visión, y lo mejor, cuando se genera una opinión pública equiparable al divino nacimiento del redentor hace dos milenios.

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