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Por un salario digno

Los trabajadores de Eulen antes de entrar en la asamblea, ayer.

Los trabajadores de Eulen antes de entrar en la asamblea, ayer. / EFE / QUIQUE GARCÍA

Hace ya unos años que mi padre falleció por una efermedad que lo dejó postrado durante sus últimos tres meses. Pero hoy cuando he leído los comentarios en la prensa sobre lo "bien" que va España y su crecimiento económico, me ha dado por recordar y reflexionar sobre una decisión que mi padre tuvo que tomar hace unos años cuando todavía trabajaba en la empresa de Altos Hornos del Mediterráneo y la reconversión industrial todavía no les había llegado.

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Recuerdo que era un día con un cielo enmohecido y sobre la calle descendía una baba húmeda que pringaba el aire. Muchas mañanas, desde que mi padre había llegado a trabajar a la factoría, eran semejantes a aquella debido a la humedad que provoca la cercanía a la playa. Recuerdo que me contó, que durante su camino hacia el trabajo pensaba que el pueblo donde habitábamos también tenía alma propia y que su corazón palpitaba en una exacta armonía entre los sentimientos que sentía por su pueblo, donde había nacido, y el que le había acogido por motivos laborales. Mientras él caminaba, me contó que de todas las esquinas brotaban trabajadores que como él andaban como un trotel de reses que corrieran entre la niebla arrojando de sus bocas nubecillas de vaho. Continuó caminando cuando vio junto a la puerta del trabajo una pancarta que decía: "Compañeros en huelga, por un salario digno", y que junto a ella unos compañeros de su trabajo repartían papeles. Me contó que él cogió uno y que cuando se disponía a leerlo la cólera del cielo se desató y las nubes estallaron de pronto y soltaron sobre la tierra gigantescos baldes de agua que embarraron el lugar, que no estaba pavimentado pese a las promesas continuas del ayuntamiento.

Él, junto a otros compañeros corrieron a protegerse bajo unos frondosos árboles que habían junto a la entrada y vió como algunos trabajadores leían, como él, el papel que habían recogido. Otros lo rompían y bramaban, mientras otros se lo metían en el bolsillo. Me contó que a los diez minutos dejó de llover y bajo un cielo acerado se acercó a la cola de entrada, volvió a releer el papel mientras el aire húmedo acariciaba su rostro como si más allá de él se tendiera un inmenso mar invisible. Me contó que pensó en su pueblo, en el pueblo que nos había acogido, en su trabajo. Miró a sus compañeros y sin más decidió, darse la vuelta y unirse a la huelga, me contó con lágrimas empapando sus ojos que los trabajadores se merecían, se merecen, un salario digno, y que no todo vale. Esas fueron sus palabras, esa fue su decisión, que para mí siempre me han servido de ejemplo y de móvil para luchar por un trabajo digno y no servil, lejos del esclavismo al que a veces la crisis nos lleva. La decisión de mi padre puede ser cuestionada o no pero para mí fue una decisión valiente y digna .

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