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Por qué la exclusión no es fracaso personal, sino político

Un hombre sin hogar duerme y pide ayuda a la vez en una acera del paseo de Gràcia, el pasado noviembre.

Un hombre sin hogar duerme y pide ayuda a la vez en una acera del paseo de Gràcia, el pasado noviembre. / RICARD CUGAT

En la novela de Robert Graves «Claudio el dios y su esposa Mesalina», Vinicio dice en el Senado: «ningún hombre grita “este pez apesta”». El eco de esa voz aún resuena hasta nuestro tiempo, quizá  por ello la Generalitat escurre en el Parlament que de la «Renta Garantizada de Ciudadanía» que se aprobó el año pasado, solo el 7% de los solicitantes la consiguiese, que las mujeres víctimas de violencia de género fuesen excluídas, también las personas sin hogar, o que los excluídos socialmente no tengan de facto los mismos derechos sanitarios que los que no lo están, o que se haya recortado los gastos en inversiones sociales y sanitarias en detrimento de otras cosas supuestamente perentorias.

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De la era de Vinicio también sobrevuelan hasta nuestro tiempo más cosas, como lo dicho por uno de los siete sabios de la Antigua Grecia, Cleóbulo de Lindos: «ignorar la injusticia no es una virtud sino todo lo contrario», o de su coetáneo Séneca: «la adversidad es ocasión de virtud». 

La habilidad de ignorar lo injusto nunca ha sido algo virtuoso, y la máxima de Séneca «la adversidad es ocasión de virtud» debe interpretarse como que hay que ser mejores cuando las cosas van mal, sin embargo, abandonar cínicamente esa responsabilidad como una cuestión personal de los excluidos o de las personas que viven en situaciones precarias, es hipócrita y demagógico, pues en realidad esto jamás ha sido algo personal, sino una auténtica cuestión política, de primera magnitud. Abandonarles supone una postración en todos los términos, no solo político y social, sino también, y en última instancia, un abatimiento personal en los que ignoran lo que es injusto. 

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