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Por qué me encanta el verano

Amanecer en Gavà (Barcelona).

Amanecer en Gavà (Barcelona). / XAVI CABO

Pat Villanueva Pons

Después de superar sin éxito una primavera inexistente, llegamos a la estación de la dicha, es decir: el verano. ¿Y qué queréis que os diga? ¡Me encanta!

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Hay gente, y no poca, a la que no le simpatiza el verano (mi mujer, sin ir más lejos) y me pregunto: ¿Puede una pareja con gustos tan dispares vivir juntos tantos años? La respuesta es sí y lo es precisamente por ser desigual. La pareja de idénticos gustos y costumbres está abocada al fracaso por vía del aburrimiento y falta de condescendencia, puesto que no existe nada por lo que reconciliarse.

Pero es del verano de lo que quiero hablar y no tan solo de su climatología, sino de lo que es capaz de aportarnos en forma de nuevos estímulos y sensaciones que ninguna otra estación del año, a mi juicio, nos brinda. Abre un largo paréntesis a nuestra agresividad haciéndonos más amables y sociables y nos invita a interpretar un papel protagonista en este breve teatro de la vida.

En verano dormimos poco y, por tanto, nuestros sueños son más cortos y menos escurridizos que en cualquier otra época. Podemos atraparlos con más facilidad y después de enriquecerlos con un toque de fantasía, nos reiremos de ellos a la fresca de una terraza junto a nuestros amigos mientras tomamos un helado.

El verano es ampliamente generoso para todas las edades, deseos e inquietudes. No pide nada a cambio y satisface a todo aquel que desee disfrutarlo.

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