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¿Por qué algunos profesores de lenguas estamos tan poco valorados?

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Hace un año que me dedico a dar clases de español a extranjeros y de catalán a castellanohablantes. Me desplazo a las empresas en las que trabajan los estudiantes y les doy clase, adaptándome a sus horarios laborales. Es una ocupación gratificante y me encantaría poder vivir de ella. Pero la realidad es que se trata de un trabajo poco valorado (al menos en el ámbito en el que yo me muevo) y, en consecuencia, mal pagado. Creo que el motivo puede radicar en la creencia, bastante extendida, de que para enseñar una lengua es suficiente con ser nativo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

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Ser un buen docente de idiomas implica haber realizado algún curso de especialización en metodología de la enseñanza de lenguas, además de poseer una licenciatura. Las clases requieren mucha preparación previa, no se pueden improvisar. Hay que escoger los materiales y ordenar los ejercicios teniendo en cuenta determinados criterios, con el fin de conseguir una sesión didáctica, interesante, variada y completa.

Toda esta dedicación tiene un valor. Sin embargo, ¿se remunera justamente? Mi respuesta es no. El precio por hora lectiva se sitúa entre los 12 y los 22 euros, pero algunos de mis compañeros han llegado a cobrar tan solo 11 euros por hora, un euro más de lo que ganan los profesionales de la limpieza.

En mi opinión, falta una reflexión seria y profunda sobre la labor del profesor de idiomas en nuestra sociedad, cada vez más globalizada y, por tanto, con más extranjeros desconocedores en muchas ocasiones de la lengua del país que los acoge.

Por estos motivos, hago un llamamiento a las administraciones públicas, empresas de contratación y demás agentes implicados, para que consideren la necesidad de revalorizar la función de estos profesionales, acomodando de forma equitativa la remuneración al servicio prestado y visibilizando el trabajo del docente. Todos lo agradecerán, profesores y alumnos.

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