¿Por qué tanta desigualdad?

Ayer acompañé al aeropuerto a mi nieta Victoria con 14 años recién cumplidos, para que embarcara en un avión camino de Boston con escala en Filadelfia.

Me quedé sorprendido de las exquisitas atenciones de las que en todo momento fue objeto al tratarse de una menor, tanto por el personal de tierra como el de vuelo, encargados de los más insignificantes detalles, incluidos los trámites siempre engorrosos de ingreso en los EE.UU, hasta entregar a la niña a los responsables que la esperaban en aquel país.

Todo esto que, por supuesto no es gratuito, está muy bien a pesar de todo y piensas positivamente en la organización, la seguridad y el perfeccionamiento del sistema.

Hoy, con la tranquilidad de que todo ha llegado a buen fin, me ha sacudido la imagen de los niños y niñas que también viajan solos por un mar siempre embravecido a bordo de una frágil embarcación de goma sin apenas combustible, agua y comida, sin puerto de destino ni nadie que les esté esperando. Como todo equipaje, les acompaña un hatillo mojado que sujetan como oro en paño. Los que logran llegar, muestran su cara de terror por lo que aún no han dejado atrás y uno se pregunta: ¿Por qué tanta desigualdad?

Lamento no tener la solución a este problema ni a las causas que lo originan, como también lamento no haber aprendido a llorar.